Este no será un discurso en el sentido estricto de la palabra, sino más
bien –aunque suene un poco excéntrico para un contexto como este– un soliloquio
que en algunos momentos podrá parecernos una diatriba.
En este pequeño viaje pasaré de la ficción –para llamar la literatura de
alguna manera– a lo que creemos es la realidad, al desencanto, al señalamiento
y a la desazón que me produce cada mañana mi encuentro ineludible con la prensa
escrita.
Aleph (Alef)
Cuenta Jorge Luis Borges que a raíz de la muerte de Beatriz Viterbo, en
1929, cada aniversario se acercaba a la casa de la Calle Garay donde vivía su
padre y un primo, el poeta Carlos Argentino Daneri. Este último no era una
persona de su agrado, situación que empeoró cuando le comentó que estaba
escribiendo la totalidad de la historia y la geografía del mundo en un vasto
poema titulado La Tierra, que el
escritor no dudó en calificar de “pedantesco fárrago”.
Cierto día de finales de octubre, el poeta Danieri llamó a Borges para
contarle con indudable agitación, que Zunino y Zungri pensaban demoler la casa
de la Calle Garay con el fin de ampliar la confitería que estaba ubicada justo
al lado. Fue en ese momento cuando Danieri le confesó a Borges que esa casa en
la que él había crecido, tenía en un ángulo del sótano del comedor un aleph, descubierto por él en su niñez, el
cual era indispensable para terminar su poema.
Enseguida, sin inmutarse y como la cosa más normal del mundo, pasó a
aclarar que “un aleph es uno de esos
puntos del espacio que contienen todos los puntos […], el lugar donde están,
sin confundirse, todos los lugares del orbe vistos desde todos los ángulos […]
un microcosmos de alquimista”.
Borges decidió ir a conocerlo inmediatamente. Ya en la casa de la Calle Garay
bajó al sótano siguiendo las recomendaciones de Danieri y fue cuando pese a su
incredulidad, vio el aleph. Era, en
sus propias palabras, “una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable
fulgor de unos dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin
disminución de tamaño”.
En ese instante Borges corrió el velo de las limitaciones del lenguaje y
del suyo propio –que no son otra cosa que los lindes del conocimiento mismo–
para hacerse la pregunta que constituye el centro mismo del relato: “¿Cómo transmitir
a los otros el infinito Aleph […]?”.
Yo añadiría: ¿cómo explicármelo a mí mismo?
Entonces comenzó a describir lo que veía y sentía: “Cada cosa era
infinitas cosas [...] porque yo claramente la veía desde todos los puntos del
universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de
América [...] vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi
convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena [...] vi un
cáncer de pecho [...] vi los sobrevivientes de una batalla [...] vi el
engranaje del amor y la modificación de la muerte [...] vi el inconcebible
universo”. Y concluye: “Sentí infinita veneración, infinita lástima”. (El aleph, Buenos Aires, 3 de mayo de
1949).
Cabe aclarar en este punto que aleph
o alef es la primera letra del
alfabeto hebreo y según la cabalística, su forma recuerda la figura de un
hombre que señala simultáneamente el cielo y la tierra para indicar que el
mundo inferior es espejo y mapa del superior.
Este maravilloso relato de Jorge Luis Borges, anticipa lo que en ese
momento era muy difícil de prever: el mundo que vivimos hoy. Las tecnologías de
la información y de la comunicación (TIC) han sacado el aleph del sótano de la Calle Garay, les han arrebatado a Borges y a
Danieri su posesión exclusiva y lo han puesto en nuestro computador, en nuestra
tablet o nuestro IPad, sin olvidar otros medios de comunicación más tradicionales
como la televisión y la radio.
Definitivamente, el universo se comprimió y nos dejó a merced de una
tormenta informativa. Vivimos –para decirlo más gráficamente– sepultados por
una infinidad de datos que nos llegan de manera simultánea de todas partes del mundo,
de ahí que la angustia sea el sentimiento más común en nuestra sociedad.
Lo que hoy vería
Borges en el sótano de la Calle Garay (nuestro aleph)
Siria
Uso de armas químicas
Al-Qaeda
Guerra
civil en Egipto
Militares
nuevamente al poder
Hermanos
musulmanes
Irak
Israel
Franja
de Gaza
Hamas
Julián Assange
Wikileaks
La
embajada de Ecuador en Londres
Edward Snowden
Google
Twiter
Facebook
Rusia
David
Miranda
Ley
antiterrorista
CIA
Estados
Unidos
NSA
Estamos
vigilados
Menos
privacidad, más seguridad
Gran
hermano
Libertad
de prensa
Inglaterra
Retención
del avión presidencial de Bolivia en un aeropuerto de Austria
Colombia
Disminición
del gasto privado
Disminución
de la proyección del PIB
Volatilidad
del mercado internacional
Parálisis
de la industria
Bloqueos
Reforma
tributaria
Ataque
a la clase media
Paro
minero
Paro
cafetero
Paro
camionero
Paro
papero
Minería
legal
Minería
informal
Minería
ilegal
TLC
con Estados Unidos
Alianza
Pacífico
TLC
con Canadá
TLC
con la Unión Europea
TLC
con Chile
TLC
con Corea del SUR
Interbolsa
Diálogos de paz en La Habana
Marco
de paz
Postconflicto
Enfrentamiento
entre el fiscal y el procurador
Quince
soldados muertos en Arauca
La Iglesia
colombiana le apuesta a los diálogos de paz
El papa en Brasil
Millones
de jóvenes
Indignados
Ocuppy Wall Street
Juan Manuel Santos
Reelección
Venezuela
Nicolás
Maduro
José
Mujica
Curiosity cumple un año en Marte
Matrimonio
gay
Nairo
Quintana
Tour
de Francia
Vuelta
a Burgos
Cali
y los juegos mundiales 2013
Catherine Ibargüen
Cierran
siete programas de la Universidad de San Martín
Neimar
al Barcelona
Setenta
y ocho muertos por descarrilamiento de un tren en España
Nuevo
ministerio de seguridad ciudadana
Fabio
Salamanca asesinó con su camioneta de alta gama a dos jóvenes ingenieras en
Bogotá
La
justicia estratificada
Sesenta
años de la revolución cubana
Invasión
del mortal caracol africano
Bajarán
los precios de algunos medicamentos
Muere
el presidente Chávez
Ley
de Habeas Data
Los
chances
Enilce
López
Migrantes
ilegales
Los
carteles mejicanos
Aunque
inicialmente no sepamos cómo, toda esta realidad que forma parte de nuestras
noticias diarias, está interconectada y nosotros estamos en esa telaraña. Por ello
me resulta normal
que al final ante tal avalancha de información, nuestros sentimientos
compartidos como sociedad sean de soledad y desprotección.
Frente a este aleph
contemporáneo podemos concluir lo mismo que Borges concluyó en el sótano de la Calle
Garay: “[...] sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto
y conjetural cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado:
el inconcebible universo”.
De
manera que no podemos calificar de pura coincidencia el hecho de que el filósofo francés
Gilles Lipovetzki, en sus estudios sobre la postmodernidad, hable también del
vértigo y la angustia en la sociedad contemporánea. Como un claro ejemplo de
esa interconectividad de los hechos que componen la realidad, Lipovetzki en El imperio de lo
efímero: la moda y su destino en las sociedades modernas (Anagrama, 2004) parte de algo aparentemente superficial como es el
mundo de la moda para introducirse en la totalidad de la realidad contemporánea
y tratar de interpretarla. La moda se constituye para él en una especie de hilo
de Ariadna para entrar y salir de la realidad postmoderna.
Sobre la necesidad de interpretar
la realidad
Todo esto nos lleva a un imperativo ético: si queremos estar
conscientemente en este mundo, debemos convertirnos en escrutadores de lo
cotidiano, en lectores permanentes de la coyuntura.
Algunos
de ustedes empezarán a enfrentar el mundo laboral, otros ya están en él y
conocen mucho más de este asunto, de manera que me limitaré a compartir algunos
tips (como se dice hoy):
-
No es cierto que el mercado lo regula todo.
-
Somos parte de esa telaraña noticiosa e informática.
-
Toda realidad admite diversas lecturas: hay que buscarlas.
-
Hay que acudir a diversas fuentes.
-
Las noticias, tal como nos llegan, siempre son interpretaciones.
-
Existen niveles de interpretación a los cuales los ciudadanos comunes no
tenemos acceso.
Conclusión
No
quiero que se entiendan estas palabras como una visión pesimista o apocalíptica
de la sociedad contemporánea. Soy un convencido de que la humanidad posee los
recursos para superar toda circunstancia por muy adversa que parezca. Como
sostiene Lipovetzki, la angustia es también un impulso para la creatividad.
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