Esta tarde, como lo ha hecho desde hace más de 30
años, la Universidad de San Buenaventura Cali presenta ante la sociedad nuevos profesionales
que se han de destacar por sus altas cualidades humanas, como también por su
excelente formación profesional que redundará en beneficio de los otros. Ahora
bien, y a fin de exaltar la labor de quienes, aparte de ustedes, han
posibilitado el que ellos estén aquí ahora, deseo en este momento referirme a
los profesores. Esos maestros incansables que con su experiencia e inventiva los
han llevado a un lugar privilegiado que comporta un reto y un compromiso: ser
profesional en una Colombia habida de humanidad y ciencia (en ese orden).
Una universidad es juzgada, especialmente, por las
actuaciones profesionales y éticas de sus egresados, por la capacidad de
transferir conocimiento a la sociedad y por sus maestros; en virtud de esto se
dice que esta o aquella universidad es buena o mala. De manera similar de un maestro
simplemente se dice que es buen maestro o que no lo es. Por ello, cabe
preguntarse sobre ¿qué características debe tener hoy un maestro universitario
para ser categorizado como buen profesor? Son múltiples y poco sencillas las
respuestas a esta pregunta, pero podríamos decir que el compromiso con la
investigación y con la extensión es fundamental; no obstante, la agitada
carrera competitiva por la productividad académica ha desdeñado un aspecto importante:
el ejercicio de la docencia. La investigación es importante, la transferencia
de conocimiento también lo es, pero es primordial pensar en el quehacer del
profesor en el aula. En torno a ello me referiré brevemente hoy.
Y es que de un profesor se dice, como lo dije
antes, que es buen maestro o que no lo es; es inevitable y hasta injusto, pero
es así. Si uno lo piensa un poco, parece que cada persona recuerda a los buenos
maestros o a aquellos que no lo han sido tanto. Cuando se es estudiante la
pregunta es simple: ¿tal persona es buen profesor? y la respuesta es sencilla
también: si o no. Esa es la realidad.
Con este marco de referencia y aun cuando algunos
de los planteamientos que siguen parecen bastante básicos, me referiré –apoyándome
en las investigaciones del profesor norteamericano Ken Bain (2007)– a algunas
notas características de lo que hace los buenos profesores universitarios y que
se aplican ampliamente también en nuestro contexto colombiano.
1.
Los buenos maestros tiene una percepción particular
del como aprendemos los seres humanos, esto implica que comprenden desde
diferentes disciplinas la relación enseñanza aprendizaje, no como acumulación
conceptual, sino como constitución de pensamiento. Tales profesores son peritos
en su disciplina, pero a la vez pueden relacionar sus conocimientos con otros
campos del saber. Hacen énfasis especial en el desarrollo del pensamiento
crítico, independientemente del horizonte del conocimiento en el que realicen
sus prácticas docentes.
2.
Preparan y desarrollan las clases de forma
diferente. No se quedan anclados a la tradicional forma del ejercicio docente,
innovan constantemente, sin perder su identidad profesional. Crean un entorno
de aprendizaje para el desarrollo del pensamiento crítico. Estos profesores
organizan sus cursos a partir de preguntas orientadoras que resultan ser un
reto para sí mismos, en términos epistemológicos, pedagógicos y didácticos. Y
adicionalmente articulan la práctica docente con la investigación.
3.
Estos profesores, de los que estamos hablando, esperan
de sus estudiantes algo más allá que la simple repetición de contenido. Confían
en ellos y así se lo hacen sentir. No dejan que los estereotipos del como son
los estudiantes de tal región o de esta carrera le impidan asumir al estudiante
como otro que está allí, y que posee un contexto concreto, un contexto que le
hace ser humano. Esto no significa que no sean exigentes, por el contrario, es
un maestro que exige, pero lo hace dentro de horizontes razonablemente
eficaces, para promover el desarrollo intelectual y el personal.
4.
Tratan a sus estudiantes como personas y no como
simples depositarios del conocimiento. Permiten que sean los estudiantes quienes
encuentren sus propias rutas, a fin de generar pensamiento crítico. Desarrollan
estos profesores una relación de confianza con sus estudiantes, la cual se
arraiga fundamentalmente en lo académico y en el buen trato. Esto no hace a los
profesores menos exigentes; por el contrario, exigen mucho, especialmente
porque creen que los estudiantes pueden dar lo mejor de sí.
5.
Evalúan a sus estudiantes para posibilitar el
proceso de aprendizaje. Califican para generar espacios formativos donde el
estudiante puede comprender sus progresos y no simplemente dejan que la
evaluación sea una expresión de enjuiciamiento. De allí que las actividades
evaluativas están cargadas de creatividad didáctica y reflexión pedagógica.
6.
Tales maestros tienen en su ser la capacidad de evaluarse
a sí mismos, buscando siempre la opción de crecimiento personal y profesional.
Revisan sus maneras de concebir la docencia, el aprendizaje, la investigación,
la transferencia de conocimiento y especialmente su rol como profesores, de
cara a una sociedad concreta que se debate entre lo local y lo global.
Estos puntos que
he mencionado, solo son algunas líneas de reflexión para pensar la labor
docente, especialmente porque un buen maestro universitario “profesa una manera
de ver el mundo, un compromiso con ese mundo que él considera viable”
(Barragán, 2007, p. 96), o lo que es lo mismo, se compromete con un proyecto intelectual
personal e institucional por el que está dispuesto a presentar a sus estudiante
los mejores horizontes de sentido para asumir la vida y la profesión. Su rol de
maestro le lleva a ser exigente consigo mismo y con los otros, sin perder nunca
la amabilidad, la justicia y la motivación, al mejor estilo franciscano, donde
el hermano, el otro, en fin, la persona, son importantes.
Ser profesor
universitario implica, también, que esa exigencia le lleva a estar en continua
formación y especialmente a desarrollar proceso investigativos acordes con las
necesidades de la región y del mundo, a fin de poder transferir ese
conocimiento a la sociedad y generar transformaciones; eso es la extensión
universitaria. Ahora bien, de paso aprovecho para invitar a que directivos,
decanos y profesores aquí presentes a que pensemos sobre nuestro cuerpo
profesoral y sobre cómo hemos garantizado, o no, el que estos nuevos
profesionales, aquí presentes, hubiesen tenido auténticos maestros.
Queridos egresados, al terminar este ciclo
formativo mi invitación muy especial es a reconocer en sus maestros –aquellos
que dejan en este claustro y algunos que ya no están– a esas personas que han
asumido un compromiso específico en la vida: formar a otros para el bien de la
sociedad.
De seguro que cada uno de ustedes ha identificado,
en las notas atrás presentadas, actuaciones de muchos de sus maestros, eso es
motivo de regocijo. Regocijo para la Universidad de San Buenaventura por
saberse heredera de una larga tradición en la que lo humano y el rigor
académico es el centro de la formación y de la creencia; es decir, que se llega
a Dios dignificando lo humano. Regocijo por saber que el cuerpo docente que ha
encaminado y encaminará procesos formativos, se sabe y actúa conforme a altos ideales
de rigor académico, investigación y transferencia de conocimiento; pero sobre
todo ideales de comprensión de lo humano a través de la docencia.
Que Francisco de Asís y San Buenaventura iluminen
este nuevo caminar que inician como profesionales y que continuamente este
claustro universitario sea el lugar donde se encuentren como en casa…. y especialmente
donde siempre encuentren y recuerden a sus buenos profesores.
15 de mayo
Bibliografía
Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Valencia,
España: P.U.V.
Barragán, D.
(2007). “El maestro,
la escuela y el sentido. Apuntes hermenéuticos”. En: Revista de la Universidad de la Salle,
44. 94-100. Bogotá, Colombia: Universidad de La Salle.
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