Familia bonaventuriana, Feliz Navidad y un 2011 lleno de bendiciones.
De forma ineludible la vida sigue su curso y el reloj marca la inminente
llegada de la Navidad y del Año Nuevo 2011. Es el momento de revisar nuestras
acciones: hacer balances, reconocer nuestros errores y alegrarnos por nuestros
aciertos. Es tiempo de pensar en nuevos propósitos y planes de acción, de
diseñar y construir, de reflexionar y comprender. Es la hora de soñar con los
ojos abiertos y de empezar a hacer lo necesario para concretar nuestros sueños.
Estas fechas tradicionales son tiempos de siembra y a la vez tiempo de cosecha.
Es momento de dar gracias y de regocijarnos con todas aquellas cosas que nos
dan felicidad.
Estas festividades llegan, estamos seguros, para
anunciarnos la importancia del amor al prójimo por sobre todas las cosas, y nos
impulsa a la celebración de la vida, de la paz y de la unión de las familias. Recordemos
que vivimos en el
mundo cuando amamos. Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser
vivida.
Despidamos el año que se va y demos la bienvenida al 2011 con un corazón
colmado de compasión, abierto al perdón, puesto al servicio de los que menos
tienen, hermanado a los demás. Recibamos el año con el decidido objetivo de
empezar una nueva vida: una vida basada en el amor, la armonía, la búsqueda de
consensos, en la solidaridad, en el reconocimiento y la valoración de los otros
seres humanos, en el respeto irrestricto a sus diversidades y en la convicción
firme de que todos, sin excepción, desde nuestro lugar, podemos ser constructores
de la paz.
La paz no es un término abstracto, una categoría filosófica o metafísica:
es algo posible y cercano que palpita en nuestros corazones. La paz es un
esfuerzo, y un sacrificio: y a la vez, es un milagro y una bendición. Su búsqueda
y consolidación es la más formidable, la más hermosa de las luchas que puede
emprender el hombre sobre la tierra.
El 2011 debe ser también el año de la esperanza por un mundo mejor, un
compromiso consciente de cada uno de nosotros –desde el lugar que nos
corresponda– con el medio ambiente, con la protección de la gran casa que Dios
nos entregó para cobijarnos como especie. Es hora que advirtamos que solo
cuidando responsablemente a la naturaleza aseguramos la existencia de las próximas
generaciones. Destruir el hábitat del hombre por codicia, negligencia, imprevisión
o ignorancia, es poner en riesgo la propia supervivencia y la de los demás.
Durante centenares
de miles de años, el hombre luchó para abrirse un lugar en la naturaleza. Por
primera vez en la historia de nuestra especie, la situación se ha invertido y
hoy es indispensable hacerle un lugar a la naturaleza en el mundo del hombre.
Ha dicho el secretario
general de las Naciones Unidas, Kofi Annan: “Salvaguardar el medio
ambiente… es un principio rector de todo nuestro trabajo en el apoyo del
desarrollo sostenible; es un componente esencial en la erradicación de la
pobreza y uno de los cimientos de la paz”.
La
esperanza por una parte y la naturaleza por la otra, nos ayudan a vivir; es por
eso que hoy resuena más que nunca aquella frase de Martin Luther King “Si supiera que el mundo se acaba mañana,
yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.
Fray Álvaro Cepeda
van Houten OFM
Rector Universidad
de San Buenaventura Cali
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