Los orígenes medievales de la universidad en
Occidente y su posterior trayectoria demuestran que esta es una de las
instituciones sociales que mejor transmite el conocimiento racionalista y
tradicional.[1]
No obstante, durante años, muchas de las invenciones en el campo de la ciencia
ocurrieron lejos de ella, pues los científicos sólo se formaban en las
tradicionales ciencias del espíritu y del derecho para, posteriormente,
realizar sus experimentos en laboratorios privados; por lo menos así fue hasta
mediados del siglo XIX. Tiempo después, las universidades se abrieron a las
nuevas ciencias naturales. La consecuencia de ello fue la creación de las
profesiones liberales: la ciencia se fragmentaba en disciplinas. Por ello, personajes
como Roger Bacon, Leonardo Da Vinci y René Descartes –quienes conjugaban el
saber teológico, filosófico y matemático con la observación de la naturaleza–
ya no serán posibles. Ciertamente, la fragmentación del conocimiento impide tener
una visión de totalidad, un efecto evidente de la fragmentación del
conocimiento.
En el siglo XX, las matemáticas crearon su propio
campo profesional, de la mano de la física y de la química. La filosofía
también se fragmentó y se consolidaron las ciencias sociales: historia,
economía, sociología, antropología, psicología y pedagogía. Dentro de estas
mismas disciplinas la hiperespecialización es la regla.[2]
Un bello o romántico ejemplo de este pasado lo encontramos en el artesano
medieval –quien era a su vez el que elaboraba los planos y ejecutaba la obra–, y
quien fue reemplazado, desde mediados del siglo XVIII, por el arquitecto, el
ingeniero, el calculista y el maestro de obra. Estas profesiones desplazaron al
maestro-artesano.
Las consecuencias de la división del conocimiento están
comenzando a percibirse. La naturaleza le cobra al hombre moderno su falta de
visión holística, que en aras de la productiva descuidó y abusó de la
naturaleza. De igual modo, la actual crisis de la condición humana evidencia
que el hombre, al fragmentar el conocimiento en disciplinas para estudiar su
propia realidad, se forjó a sí mismo una esquizofrenia que no le permite
resolverla de forma integral (interdisciplinar).
Hoy hay abundancia material, pero, a la vez, hay
pobreza de espíritu. Hay desarrollo, pero acompañado del calentamiento de la
tierra y de la exclusión de millones de seres humanos.
Ante este panorama global, de crisis ambiental,
económica y humana, nuestras universidades están obligadas a pensar en posibles
respuestas o soluciones que disminuyan el impacto que estos problemas pueden
traer para el futuro de la humanidad. Aunque evidentemente las soluciones no
pueden ser parciales, pues se corre el riesgo de continuar profundizando el
desequilibrio global; como lo expresó la Global University Network for Innovation (GUNI),[3] que en la IV Conferencia Internacional sobre Educación Superior, concluyó que las universidades en el
siglo XXI tienen la misión de:
1.
Buscar el equilibrio entre el desarrollo económico y la solución de los
problemas sociales y económicos de las personas y las sociedades.
2.
Revalorizar la diversidad de misiones institucionales para superar las actuales tendencias
homogeneizadoras que imponen los sistemas de clasificación y
rankings internacionales, limitando así las acciones localmente pertinentes.
3.
Vincular las agendas prioritarias en investigación a nivel mundial con
las agendas prioritarias para el desarrollo global en el planeta.
4.
Revisar el rol que juega hoy la educación superior en la sociedad, y
preguntarse si el conocimiento que se
genera mediante la investigación y el que se difunde mediante la docencia
contribuye a dar respuestas a los problemas actuales de la humanidad.
Ahora bien, en este escenario internacional, la
universidad colombiana está comenzando a dar un tránsito de una universidad
profesionalizante y centrada en la docencia a una universidad comprometida con
la investigación, desde una perspectiva interdisciplinar; pero el camino no es
fácil ya que el peso de las tradiciones privilegia el desarrollo científico de
las llamadas “ciencias duras” disciplinares, a costa del saber humanístico.
Hoy se corre el riesgo de cometer los mismos
errores de las sociedades desarrolladas, que privilegiaron la ciencia
deshumanizante y la ganancia por encima de la naturaleza y del bienestar
humano. El desequilibrio global es prueba de ello y la naturaleza lo está
cobrando.
Desafortunadamente, las políticas estatales en Colombia parecen ir en
ese sentido. Han creado una serie de estímulos y reconocimientos a través de
Colciencias que tienen por objeto apoyar a los grupos de investigación
reconocidos en su base de datos. Además, por medio de la reorganización del
Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI) y de la
transformación de Colciencias en Departamento Administrativo (Ley 1286/2008),
buscan fortalecer la investigación para lograr un modelo productivo sustentado
en la ciencia, la tecnología y la innovación. En efecto, al leer todo el
articulado de la Ley 1286 se evidencia el interés de lograr dicho objetivo. Se
insiste en que la investigación “debe incrementar la productividad y la
competitividad que requiere el aparato productivo nacional”. Las otras
disposiciones hacen referencia a la creación de estrategias y mecanismos para
incentivar una cultura de la investigación en campos determinados del sistema
productivo del país. No obstante estas disposiciones, los recursos financieros
no son suficientes, pues en la práctica la inversión en este campo no alcanza
al 0.5 % del PIB, en comparación con países desarrollados como los Estados
Unidos, que invierten en investigación el 2.9 % del PIB.
En cuanto a la situación de las ciencias del espíritu o las llamadas
ciencias sociales, es evidente que la ley sólo en su penúltimo artículo (Art.
34) hace una somera mención de estas, argumentando que recibirán un apoyo
directo para su realización. Al parecer las ciencias sociales, por el afán de
hacer de la investigación un ente centrado en la producción (según los vínculos
que la Universidad logre crear con el mundo del trabajo), no merecen la
atención suficiente.
Es necesario reiterar que las universidades no
pueden dejarse presionar para que solo enfoquen sus esfuerzos en
investigaciones o programas académicos centrados en los desarrollos
tecnológicos y que tienden a poner en un segundo plano el componente humanista.
Es evidente que la actual incertidumbre por los cambios climáticos, la crisis
económica y social de carácter planetario, obligan a que el conocimiento sea
holístico y esté basado en la ética humanista. Sin embargo, los problemas de
investigación no pueden dejar de lado el componente humanista, pues se corre el
riesgo de continuar fragmentando al hombre y su saber. En esta fragmentación
del conocimiento y privilegio de una investigación centrada en la innovación
tecnológica, la humanidad puede perder su memoria histórica y filosófica, en
aras de la incertidumbre de la ciencia. Es el futuro de la humanidad el que
está en juego. Sin el humanismo y el pensamiento crítico de las universidades
centradas en la interdisciplinariedad del conocimiento: ¿dónde se podrán
discutir los grandes problemas de la condición humana?
[1]. Jacques Le Goff (1990). Los intelectuales en la edad media. Barcelona:
Gedisa.
[2]. Immanuel Wallerstein (Coord.)
(1997). Abrir las ciencias sociales. México:
Siglo XXI.
[3]. GUNI
was set up by UNESCO, the United Nations University (UNU) and the Technical
University of Catalonia (UPC) in 1999 with the aim of following up the
decisions taken at the World Conference on Higher Education (WCHE) held in
Paris in 1998.La GUNI
fue creada, en 1999, por la Unesco, la Universidad de las Naciones Unidas (UNU)
y la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC) con el objetivo de dar
seguimiento a las decisiones adoptadas en la Conferencia Mundial sobre la
Educación Superior (CMES), celebrada en París, en 1998. The goal of GUNI is to
contribute to the reinforcement of higher education by the application of the
decisions of the World Conference on Higher Education. El
objetivo de la GUNI es contribuir al fortalecimiento de la educación superior
mediante la aplicación de las decisiones de la Conferencia Mundial sobre la
Educación Superior. Estas conclusiones fueron ratificadas por la II Conferencia Mundial de
Educación Superior, realizada en París, en el verano de 2009.
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