La celebración de los doscientos años de la
independencia de la América hispana es un acontecimiento que merece toda la atención
posible por parte de los Gobiernos y las academias, de ahí que para la Universidad
San Buenaventura el 2010 será el año del bicentenario. Desde varios años atrás,
los Gobiernos latinoamericanos han comenzado a organizar los preparativos para
tan magno evento por medio de la creación de una comisión latinoamericana encargada
de coordinar y organizar los múltiples eventos conmemorativos y espero que como
colombianos y bonaventurianos estemos a la altura de dichas celebraciones. Sea esta,
entonces, la ocasión para recordar la importancia que tiene la celebración de
ritos evocadores o de acontecimientos trascendentes para nuestra vida personal,
comunitaria y patriótica.
Las fiestas patrias descubren el sentido de lo
nacional, fortalecen nuestra identidad como individuos sociales y nos sacan de
una cotidianidad que por momentos nos hace perder el sentido de la historia; son,
ante todo, un lugar de encuentro y consolidación de la memoria. La fiesta evoca
los acontecimientos que marcaron el rumbo de nuestra trayectoria individual o
colectiva, suscita un momento de regocijo y emoción trascendente, invoca un
pasado que recrea nuestro presente y nos proyecta a un futuro deseado. La
patria, como lugar de celebración, nos crea un horizonte de sentido y nos ubica
en un lugar de existencia. Sin la patria no hay lugar dónde vivir y morir; es
el no lugar. Evocar, provocar e invocar, son los ritos de la acción patriótica.
Las celebraciones religiosas y patrióticas son también
un momento para reflexionar e interrogarnos críticamente sobre quiénes somos,
qué hemos hecho, para dónde vamos y revisar cuáles han sido nuestros errores y
aciertos. En un sentido patrio, es indagar acerca de nuestras acciones que como
colombianos hemos cumplido para hacer de Colombia una sociedad más democrática
y comprometida con el respeto por la vida y el amor fraternal.
Pero las fiestas patrióticas no solo cumplen la
función simbólica de recrear el amor por la patria; son asimismo, un motivo
para no olvidar nuestra historia. Y es en momentos como los actuales, de vértigo
mediático y eterno presente en el que los jóvenes buscan nuevas identidades
globalizadas y las ideas de nación y patria están pasadas de moda, cuando se
hace perentorio hacer un llamado a la memoria.
Al parecer, la historia ha comenzado un proceso de
pérdida trascendente. Hace cien años, con ocasión de la celebración del centenario,
en toda América los periódicos de la época reseñaban infinidad de actividades
organizadas con bastante antelación que tenían por objeto resaltar los primeros
cien años de vida republicana. México, Centroamérica, los países bolivarianos y
del cono sur les rendían homenaje a sus héroes. Toussaint Louverture, Simón
Bolívar, San Martín y el cura Hidalgo, entre otros muchos próceres, eran
recordados con amor patrio por sus conciudadanos. Particularmente, en Colombia se
decretó un concurso junto con la inauguración de varios monumentos
conmemorativos con el objeto de elaborar un manual de historia para la
formación de los estudiantes de primaria y secundaria. Los ganadores fueron Henao
y Arrubla, historiadores que resaltaron con espíritu patriótico las proezas de
nuestros héroes.
De acuerdo con una tradicional forma de escribir la historia,
muy cuestionada por las nuevas escuelas historiográficas, muchos de los
colombianos de nuestra generación nos educamos con una idea de la patria
centrada en los héroes, adalides que cumplían a cabalidad su papel de crearnos
sentimientos de amor por la libertad y la solidaridad.
Hoy en día los héroes son otros. Supermán, Batman, el
hombre araña y demás superhombres, son los nuevos modelos, personajes
invencibles que ya no luchan por una nación y viven en mundos creados a través
de la realidad virtual a donde son teletransportados para luchar por causas que
a veces no comprendemos. Los tiempos han cambiado y la historia se ha olvidado.
Al presente y para nuestro infortunio, en los manuales de historia hay cada vez
menos espacio para la patria y las gestas heroicas. En el ahora, en el
instante, en la inmediatez virtual y en la época de las comunicaciones en
tiempo real, la historia se bate en retirada.
Pero no hay que ser derrotistas. Que sea esta una
ocasión para volver a la historia, pues como es de todos sabido, quien no
conoce su historia está condenado a repetirla y a cometer los mismos errores
del pasado. O más literariamente, termina creando un pasado fantasioso e irreal
como lo hizo Pilar Ternera a propósito de la amnesia de Macondo:
En la
entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y
otro más grande que decía Dios existe.
En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los
sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral,
que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por
ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera
fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el
artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro.
Mediante ese recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido par
las alternativas inciertas de los naipes, donde el padre se recordaba apenas
como el hombre moreno que había llegado a principios de abril y la madre se
recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano
izquierda, y donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en
que cantó la alondra en el laurel.[1]
García Márquez, al hacer perder la memoria a Macondo,
tenía por objeto recordar a sus lectores la importancia de no olvidar. Quien olvida
su pasado no existe y entra en el delirio de la sinrazón.
Las instituciones o cualquier grupo social se
mantienen en el tiempo porque conocen su historia individual y colectiva. Al perderse
la memoria de los pueblos, estos desaparecen como seres históricos y pierden su
lugar en el mundo, como le ocurrió a nuestro Macondo que un día se despertó sin
memoria y desapareció en las brumas del no tiempo y del realismo mágico. En
palabras del historiador Jacques Le Goff:
A nivel
metafórico pero significativo, la amnesia no es solo una perturbación en el
individuo, sino que determina perturbaciones más o menos graves de la
personalidad y, del mismo modo, la ausencia o la pérdida, voluntaria o
involuntaria de memoria colectiva en los pueblos y en las naciones, puede
determinar perturbaciones graves de la identidad colectiva.[2]
¿Será que los actuales momentos de incertidumbre y
relativismo moral e “identitario” pueden ser explicados por una pérdida de la
memoria?
Por cierto, solo es posible recordar por medio de la
memoria colectiva, de ahí la importancia de las conmemoraciones patrias. Más
aún, solo es con la memoria colectiva que rememoramos nuestra propia historia;
o en palabras Nathan Wachtel:
[…] uno
solo recuerda como miembro de un grupo social. La singularidad, la irreductible
originalidad de los recuerdos personales son, de hecho producidas por el
entrecruzamiento de varias series de memorias que corresponden a los diferentes
grupos a los cuales pertenecemos.[3]
Por esta razón, las celebraciones patrias son un
momento fundamental para reencontrarnos con el otro. Es el escenario adecuado
para refortalecer nuestra identidad como colectivo y embarcarnos en la búsqueda
de una sociedad solidaria y respetuosa del pluralismo y la autonomía del
individuo.
Ahora bien, al saber que la memoria colectiva es la
sumatoria de las memorias individuales y que únicamente con su remembranza el
hombre toma conciencia de su lugar en el mundo, vale la pena preguntarse qué
otras funciones pueden tener el uso de la memoria. Para responder este
interrogante, Todorov nos da una pista de gran utilidad al “recordarnos” que la
historia se reconstruye cada vez que se cuenta, proceso gracias al cual nos liberamos
de una carga que nos oprime y nos aliena. Por ello, la celebración del bicentenario
también puede ser comprendida como un escenario propicio para el duelo y la
superación de la opresión del tiempo, tanto en lo individual como en lo
colectivo.[4]
Las gestas protagonizadas por unos hombres
comprometidos con la libertad que no dudaron en ofrendar sus vidas en defensa
del suelo que los vio nacer y crecer, son un valioso ejemplo de amor por la
patria que en los actuales momentos de incertidumbre moral, de pérdida de
credibilidad en los líderes y de relativización de las fronteras nacionales, se
hace necesario recordar por medio de conmemoraciones como el bicentenario.
Finalmente, les deseo a los nuevos egresados
bonaventurianos de pregrado y postgrado, muchos éxitos en su vida y los convoco
para que trabajen de manera honesta y responsable en la construcción de nuestra
querida patria colombiana. Ustedes son los nuevos y actuales héroes de la
independencia, héroes de carne y hueso que desde su puesto de trabajo siguen
apoyando el sueño de independencia.
Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron, de nuestros "poetas
muertos",
te ayudan a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros. Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas…
Walt Whitman. Versión de Leandro
Wolfson.
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