Estimados graduandos, quisiera que me permitieran esta tarde despedirme
de ustedes recordándoles una de las razones por la cuales los franciscanos –nacidos
en el siglo XIII para anunciar la buena nueva de Cristo a todos los pueblos–
decidimos en un momento dado dedicarnos a la educación.
De esa decisión nacieron en Colombia doce colegios y la Universidad de
San Buenaventura con una sede y tres seccionales: Bogotá, Cali –que cumple 40
años–, Medellín y Cartagena.
Lo hicimos como respuesta concreta a nuestra preocupación por una
formación integral, seria y de calidad, del ser humano, donde se considerara un
respeto especial por la naturaleza, una admiración particular por las distintas
expresiones culturales, las bellas artes, la música y la lengua, un
conocimiento profundo de la leyes y una formación ética que les permita ser
autónomos y responsables en las respuestas que deben dar a los desafíos del
mundo de hoy.
Cuando leo o escucho en las noticias la cantidad de delitos en los que
han incurrido profesionales, políticos y hombres de negocio de nuestro país, cuando
escucho que hace carrera el principio de que es posible hacer algo siempre y
cuando sea legal, aunque no sea ético, me pregunto, como rector, si nosotros (la
Universidad de San Buenaventura Cali), estamos formando profesionales íntegros.
Yo creo que sí, estoy seguro de que hicimos la tarea; sin embargo, ya que los
tengo aquí reunidos, les quisiera compartir algunos elementos de mi formación personal
en este sentido.
Hace rato que es imposible hablar de una única ética o moral. Recuerdo
que cuando estudiaba filosofía en la Universidad de San Buenaventura de Bogotá,
podíamos –desde un punto de vista puramente especulativo y académico– hacer un cúmulo
de propuestas de teorías éticas sobre las que podíamos optar. Nunca las
entendimos como modelos excluyentes, de manera que si queríamos podíamos tomar
lo mejor de cada una.
Recuerdo que el listado era más o menos así:
-
Moral de situación: cuyo signo distintivo es ser instruida por la
experiencia humana.
-
Moral comunitaria: caracterizada por ser construida con base en el
diálogo.
-
Moral razonable: definida por orientarse por criterios y normas.
-
Moral personal: la que se distingue por ser responsable desde la
conciencia.
-
Moral reconciliadora: la que es capaz de asumir logros y fallos.
-
Moral creyente: que es la moral inspirada en los valores evangélicos.
Hablar de cada una de ellas sería enormemente enriquecedor, pero sería
muy largo y este no es el momento adecuado.
De manera que, a modo de abrazo (o regalo de despedida) a todos ustedes
que hoy salen de la universidad con la justa felicidad de haber alcanzado una
meta importante en la vida, quisiera participarles algunas notas del modelo
ético que he acogido para orientarme en mi vida y en el ejercicio de mi
profesión como sacerdote, académico y administrador.
Espero que algo de lo que digamos esta tarde pueda ser de mucha
importancia en el desempeño de su vida profesional.
Con el transcurso de los años, que no son pocos, decidí abandonar los
modelos anteriores, como el debate sobre los mismos, para inscribirme en uno
solo: la moral del discernimiento; ya
que contenía los elementos necesarios de fe cristiana y de racionalidad que
necesitaba para guiarme en todas las decisiones que debía tomar a largo y corto
plazo.
Decisiones que necesariamente me afectaban a mí, a la institución a la
cual pertenezco y a mi entorno social.
Para hacer las cosas más sencillas, les comento que esta moral del discernimiento, que es de
origen enteramente cristiano, tiene seis pasos fáciles de memorizar. Discernir
para la Real Academia de la Lengua significa “distinguir algo de otra cosa,
señalando la diferencia que hay entre ellas”.
Los
pasos son:
1.
Actitudes básicas:
el papel de la fe. No es suficiente con tener fe para que estén resueltos los problemas
morales. Eso sería pensar que la fe nos da soluciones prefabricadas. Esa sería
una concepción mágica de la fe.
Lo que la fe nos
da es ayuda, orientación, motivación y fuerzas para que con discernimiento y
diálogo, podamos encontrar soluciones, especialmente cuando el problema al cual
nos enfrentamos es nuevo.
Pero es el creyente,
apoyado en la fe, quien tiene la responsabilidad de captar y cultivar los
valores importantes y rechazar los antivalores.
Es el creyente
quien tiene la tarea ineludible de emitir el juicio y aplicarlo a situaciones
concretas. Esto hace la diferencia entre una moral autónoma y una moral
heterónoma.
2.
Informaciones
concretas: el papel de la experiencia y la ciencia. Pero no bastan las
actitudes básicas ni las motivaciones de la fe y de la palabra de Dios. Al
confrontar problemas particulares necesitamos tener información concreta acerca
de ellos, contar con los datos que nos puedan ofrecer la experiencia, propia y
ajena, y la ciencia. De otra manera sería actuar irresponsablemente o tomar
decisiones sin fundamento.
Ojo, que no se
trata de absolutizar la experiencia o la ciencia, pero tampoco de caer en el
fideísmo y creer que por ser cristianos ya poseemos la verdad y la última
palabra sobre todo.
Se trata de
discernir y pensar por nosotros mismos teniendo en cuenta los elementos que nos
pueda brindar la experiencia y la ciencia.
3.
Reflexión honesta:
el papel del pensamiento. A la iluminación de la fe y a los datos ofrecidos por la experiencia y
la ciencia, debemos añadirle ahora un tercer paso, el pensar honesto.
Tenemos que
aprender a preguntarnos y repreguntarnos, a analizar a profundidad los datos
disponibles y agotarlos, si es posible; a interpretar, sintetizar
provisionalmente, por si aparecen nuevos datos, para luego, y sólo entonces,
buscar de manera crítica y creativa la respuesta al problema.
Esta es una
reflexión honesta porque no cesa de cuestionar y cuestionarse, que tiene el
valor de aceptar que muchas de sus posturas y decisiones son provisionales,
porque más adelante pueden aparecer nuevos datos y nuevas perspectivas.
Este es uno de los
aspectos que hace que la moral de
discernimiento no sea una moral de fórmulas o de respuestas prefabricadas.
Quién hace de la moral de discernimiento
su camino de vida, tiene que desarrollar una enorme capacidad de síntesis y de
relación.
4.
Ayuda diagonal: el
papel de la familia, la comunidad creyente y la sociedad. Este cuarto punto
está aquí para recordarnos que no estamos solos. Necesitamos en nuestra vida
diaria de otras personas: de la familia, de la comunidad de fe o iglesia, de los
investigadores y científicos y, dentro de la sociedad, de nuestra cultura.
Todo esto nos
ayuda a discernir mejor. Todo lo dicho hasta ahora no hay que entenderlo
individualmente. En cada uno de los tres pasos anteriores, como es evidente,
interviene nuestro entorno social, cultural y cristiano.
Nosotros no solo
estamos llamados a discernir libre y conscientemente frente a los problemas que
nos retan, sino que también estamos llamados a acompañar el discernimiento de
otros, como por ejemplo, el caso de los hijos, de los empleados, de los amigos.
5.
Decisión responsable:
el papel de la conciencia. Por muy importante que sean los pasos anteriores, nada ni nadie nos
ahorrará el último y definitivo paso: decidir responsablemente por nosotros
mismos y de acuerdo con nuestra conciencia.
Aclaro que
entiendo conciencia –inspirado en la Carta de San Pablo a los Romanos 2, 14-15–
como la presencia y actividad del Espíritu de Cristo en nosotros para iluminar
nuestro discernimiento. Es indudable que cuando se entiende así la conciencia,
está muy vinculada a la fe. Sin embargo, abriendo mi comprensión a los aportes
de la antropología contemporánea, también entiendo la conciencia como el centro
de nuestra interioridad y subjetividad que están detrás de nuestros juicios y
decisiones.
Una decisión
responsable, entonces, ha tenido en cuenta necesariamente estos cinco pasos;
aunque más adelante, revisando la decisión descubramos que fue equivocada; pero
eso no quiere decir que fuera irresponsable. Es lo que se llama una decisión
moralmente correcta, aunque equivocada.
Y tenemos que
aprender a aceptar y reconocer las equivocaciones, de otra manera caeríamos en
el peligro de una moral escrupulosa que terminaría por paralizar nuestras
decisiones.
Formulando en
pocas líneas lo dicho hasta ahora tendríamos que decir: “Hasta cierto punto sé
y hasta cierto punto no sé; pero, desde unas actitudes básicas, con los debidos
datos y la ayuda de los demás, doy el paso de pensar y decidir por mí mismo,
asumiendo una dosis de provisionalidad y quedando abierto a la revisión en el
futuro”.
Sin embargo nada
de esto está exento de riesgos y extremismos. Podríamos describir entonces tres
maneras desacertadas de tomar una decisión moral:
a.
Cuando descuidamos los principios que iluminan la situación y caemos en
el situacionismo;
b.
Cuando descuidamos lo problemático de la situación y caemos en el
legalismo de las normas o en el tradicionalismo de la mera repetición de lo que
siempre se ha dicho y hecho;
c.
Cuando descuidamos la conciencia de las personas y cedemos al
autoritarismo.
6.
Redescubrir la sabiduría
práctica. A lo
largo de la historia de la moral encontramos en diversas épocas dos extremos
típicos: los demasiado rígidos y los demasiado laxos. Esto obligó a los
filósofos y teólogos, a partir del siglo XVIII, a buscar el camino del medio,
eso que P. Ricoeur llamó posteriormente la “sabiduría práctica”, que nos permite
mediar entre la norma y la realidad, de modo particular ante los complejos retos
que nos plantea la sociedad contemporánea. A esa actitud ética mediadora los
antiguos la llamaron la prudencia o
sabiduría práctica.
Espero de corazón que hayamos cumplido con nuestro cometido formador,
que ustedes sepan enfrentar con altura bonaventuriana el mundo laboral que los
espera a partir de esta tarde y que estos mismos principios éticos los acompañen
en su vida familiar y social.
Dios los siga bendiciendo, muchos éxitos en sus vidas y la frente
siempre en alto porque somos bonaventurianos: hombres y mujeres de Dios para la
sociedad de hoy.
Gracias.
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