Saludo de fin de año 2010



Familia bonaventuriana, Feliz Navidad y un 2011 lleno de bendiciones.

De forma ineludible la vida sigue su curso y el reloj marca la inminente llegada de la Navidad y del Año Nuevo 2011. Es el momento de revisar nuestras acciones: hacer balances, reconocer nuestros errores y alegrarnos por nuestros aciertos. Es tiempo de pensar en nuevos propósitos y planes de acción, de diseñar y construir, de reflexionar y comprender. Es la hora de soñar con los ojos abiertos y de empezar a hacer lo necesario para concretar nuestros sueños. Estas fechas tradicionales son tiempos de siembra y a la vez tiempo de cosecha. Es momento de dar gracias y de regocijarnos con todas aquellas cosas que nos dan felicidad.

Estas festividades llegan, estamos seguros, para anunciarnos la importancia del amor al prójimo por sobre todas las cosas, y nos impulsa a la celebración de la vida, de la paz y de la unión de las familias. Recordemos que vivimos en el mundo cuando amamos. Sólo una vida vivida para los demás merece la pena ser vivida.

Despidamos el año que se va y demos la bienvenida al 2011 con un corazón colmado de compasión, abierto al perdón, puesto al servicio de los que menos tienen, hermanado a los demás. Recibamos el año con el decidido objetivo de empezar una nueva vida: una vida basada en el amor, la armonía, la búsqueda de consensos, en la solidaridad, en el reconocimiento y la valoración de los otros seres humanos, en el respeto irrestricto a sus diversidades y en la convicción firme de que todos, sin excepción, desde nuestro lugar, podemos ser constructores de la paz.

La paz no es un término abstracto, una categoría filosófica o metafísica: es algo posible y cercano que palpita en nuestros corazones. La paz es un esfuerzo, y un sacrificio: y a la vez, es un milagro y una bendición. Su búsqueda y consolidación es la más formidable, la más hermosa de las luchas que puede emprender el hombre sobre la tierra.

El 2011 debe ser también el año de la esperanza por un mundo mejor, un compromiso consciente de cada uno de nosotros –desde el lugar que nos corresponda– con el medio ambiente, con la protección de la gran casa que Dios nos entregó para cobijarnos como especie. Es hora que advirtamos que solo cuidando responsablemente a la naturaleza aseguramos la existencia de las próximas generaciones. Destruir el hábitat del hombre por codicia, negligencia, imprevisión o ignorancia, es poner en riesgo la propia supervivencia y la de los demás.

Durante centenares de miles de años, el hombre luchó para abrirse un lugar en la naturaleza. Por primera vez en la historia de nuestra especie, la situación se ha invertido y hoy es indispensable hacerle un lugar a la naturaleza en el mundo del hombre.

Ha dicho el secretario general de las Naciones Unidas, Kofi Annan: “Salvaguardar el medio ambiente… es un principio rector de todo nuestro trabajo en el apoyo del desarrollo sostenible; es un componente esencial en la erradicación de la pobreza y uno de los cimientos de la paz”.

La esperanza por una parte y la naturaleza por la otra, nos ayudan a vivir; es por eso que hoy resuena más que nunca aquella frase de Martin Luther King “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Fray Álvaro Cepeda van Houten OFM
Rector Universidad de San Buenaventura Cali

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