La manipulación de la memoria y la ética



[…] Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita.

En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande en la calle central que decía Dios existe […] Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.

Memoria y cultura
Etimológicamente, la palabra memoria deriva del vocablo latín memorĭa y significa la capacidad que tienen los seres humanos para retener en la mente hechos o sucesos pasados. Y es tan importante esta facultad física en las personas que su ausencia encarna un terrible padecimiento llamado enfermedad de Alzheimer.

En la memoria, la identidad de un individuo o una comunidad se afianza y delimita gracias al recuerdo permanente de su pasado individual o colectivo. Cada uno de nosotros afrontamos experiencias particulares que al evocarlas nos hacen únicos y nos recuerdan quiénes somos.[1]

Sin embargo, al igual que le sucede a las personas con alzhéimer, las culturas también tienen ausencia de memoria. Por ello, síntomas como confusión, irritabilidad, agresión, manipulación o tergiversación de ideas y pérdida de la facultad de comunicarse y de relacionar palabras con significados o acontecimientos también se pueden encontrar en la cultura, tal como lo registró mágicamente nuestro premio nobel en el epígrafe que encabeza estas palabras.

Un ejemplo: los colombianos estamos confundidos sobre la manera de pensarnos como sociedad para superar la perversión de hacernos daño mutuamente. La intolerancia y la violencia siempre han estado presentes en nuestras múltiples interacciones y hoy más que nunca en los líderes que nos gobiernan. La manipulación del lenguaje en nuestro país es recurrente para convertirlo en una herramienta ofensiva. Basta escuchar la manera como se agredieron mutuamente los candidatos en la pasada campaña política para confirmar lo anterior.

Escuchar al otro se hace cada vez más difícil; los insultos y el irrespeto no permiten la comunicación. Y esta no comunicación o manipulación del lenguaje se profundiza por la grave enfermedad que padece Colombia, que no es otra que la pérdida de la memoria; una pérdida que facilita la negación de los hechos o su tergiversación. 

Las historias que recrea la memoria son múltiples y sirven a todos los gustos e ideologías: unas son narradas grandilocuentemente por los victoriosos, otras contadas por los derrotados y muchas vividas y sufridas por cientos de miles de personas anónimas que nunca escucharemos porque no tuvieron la oportunidad de contar con un narrador.

Las mujeres, los indígenas, los esclavos, los pobres y los analfabetas de todas las culturas y tiempos han sido los convidados de piedra en la historia y los grandes derrotados. La historia patria solo reconoce a los héroes (hombres, blancos y poderosos). Me pregunto qué hubiese sido de Bolívar y de todos los héroes patrios si no hubieran tenido el apoyo de sus ejércitos. De esta forma se nos impuso una sola historia, la de los victoriosos. En otras palabras, la imposición de unos recuerdos narrados nos deja sin memoria. Al decir de Paul Ricoeur:

[…] los abusos de memoria se hacen abusos de olvido. En efecto, antes del abuso hay uso, necesidad de una dimensión selectiva. Las estrategias del olvido se injertan directamente en ese trabajo de configuración: siempre se puede narrar de otro modo, suprimiendo, desplazando los momentos de énfasis, refigurando de modo diferente a los protagonistas. Se utiliza aquí una forma ladina de olvido que proviene de desposeer a los actores sociales de su poder originario de narrarse a sí mismos.[2]

Las versiones de un “hecho significante” dependen de quién narra el pasado, desde qué perspectiva lo observa y a qué intereses obedece. Hay muchas versiones de la historia, lo que se traduce en una dificultad para conocer efectivamente el pasado. Los victoriosos de las guerras de conquista, los gobiernos autoritarios y las culturas dominantes tienen una historia montada sobre la ignominia de los derrotados, quienes sufrieron el dolor y la represión que hizo victorioso al narrador de glorias inmarcesibles. Los imperios se construyen sobre las ruinas del dominado. Pero no solo es la memoria del ganador la que se impone sobre el otro, pues también la memoria puede manipularse y así contar una parte de los hechos o simplemente negar su acaecimiento.

A propósito de esto, en la pasada feria del libro leí en un diario que ciertos sectores retardatarios de la sociedad aún continúan negando el Holocausto y aseguran sin consideración alguna y con profundo convencimiento que las cámaras de gas nunca existieron. También tengo referencias de ciertos grupos que aseguraban con orgullo que el Descubrimiento de América fue un maravilloso encuentro de dos culturas. Con ello desdibujaban (o más bien, callaban) el hecho de que este fue ante todo un choque cultural que casi hace desaparecer las culturas prehispánicas de nuestra América, como bellamente acostumbraba decirlo Octavio Paz. Los ejemplos en la historia de este uso y abuso de la memoria son infinitos.

Memoria y conflicto
En síntesis, la memoria nos permite construir nuestra identidad, pues ¡si olvidamos, dejamos de ser! Aunque como ya lo he afirmado, también la pueden manipular o negar. Sin embargo, hay otros usos de la memoria que bien vale la pena tener en cuenta. En la actualidad existe una corriente que podría asociarse a las primeras críticas que ciertos filósofos hicieron al positivismo y a la historia monumental que solo colecciona hechos. Según ellos, ante el exceso de información que recibimos del pasado y que peligrosamente nos puede paralizar se requiere algún grado de olvido. Pero, cuidado… no cualquier olvido ni de cualquier forma.

Si aplicamos esta particular visión al actual conflicto colombiano vemos que la memoria y el olvido operarían de una manera que podríamos considerar como terapéutica. Así, para reconstruir una identidad que ha perdido su sentido como consecuencia de un evento traumático, en ocasiones se requiere olvidar el dolor o, mejor, entenderlo, hacerle duelo y rememorarlo sin sufrimiento. Vale decir, hacer resiliencia. Este proceso se puede lograr colectivamente haciendo uso de la memoria de forma testimonial, basada en el perdón y la reconciliación. Allí, la memoria operaría como una máquina del tiempo que recordaría lo mejor de nuestra condición humana y cristiana; como aquella máquina que imaginaba José Arcadio Buendía y con la cual los habitantes de Macondo volverían a recordar los conocimientos necesarios para vivir.

Se requiere, entonces, superar el evento traumático explicándolo, perdonándolo y rememorándolo para que no vuelva a ocurrir. Este, al decir de Gianni Vattimo,[3] debe ser un recuerdo olvidadizo y múltiple. Así, crearíamos una nueva cultura que viva en paz, que reconoce sus conflictos y sitúa de manera justa a todos los responsables en el lugar que les corresponde. Un recuerdo en el perdón y un recordar sin dolor. Rememorar en un duelo permanente que sacralice el evento traumático.

Un ejemplo de superación del dolor y del perdón y que, evidentemente, no encontramos en nuestros dirigentes, está aquí cerca y tal vez sea este el momento de recordarlo. Desde hace varios años nuestra Universidad viene trabajando con personas afrodescendientes víctimas del desplazamiento forzado que habitan en el Distrito de Aguablanca. Allí, de la mano con la hermana Alba Stella Barreto y su fundación Paz y Bien, un grupo de profesores bonaventurianos, apoyados por la Federación Internacional de Universidades Católicas y por nuestra Institución, han descubierto que es posible perdonar por medio de la remembranza y el recuerdo.

Pero esta reconciliación, que apunta a reconstruir el sentido de una existencia truncada por el desplazamiento forzado, requiere del compromiso de toda la sociedad y no solo de unos cuantos. Para ello, en primer lugar hay que reconocer la existencia de un conflicto que ha dejado más de seis millones de víctimas y que nos sitúa en el mundo como el segundo país con más desplazados. El paso siguiente es escuchar con amor cristiano al desplazado, fraternizar con él,  apoyarlo y, por último, resarcirle todos los derechos que le fueron vulnerados.

Bien vale la pena citar una de las conclusiones a las que llegaron nuestros profesores:

El grupo focal de afrodescendientes permitió a algunos de ellos explicar, ante el grupo y a sí mismos, que ellos son víctimas del conflicto; además, en el relato de sus historias y en la manera como las cuentan y revelan, es posible encontrar avances psicosociales en la reconstrucción de sus vidas. Es una consecuencia del duelo producido en la narración y racionalización, lo cual contribuye a la superación parcial del trauma. También se percibe que las identidades solidarias frente a un evento traumático similar y la forma colectiva como se construyen las historias, ayudan a curar las heridas, dado que los relatos son sanadores e incluyentes. En este sentido, la memoria colectiva cumple la función de darles voz a los excluidos y en los eventos traumáticos contribuye a quien está traumatizado a reconstruirle una realidad que parezca manejable. Es una respuesta a la memoria manipulada por los victimarios, quienes niegan el conflicto o sus causas.[4]

Con estas palabras quiero despedirme e invitarlos a que, como cristianos y bonaventurianos, recordemos y hagamos remembranza. No olvidemos sin haber hecho duelo. Que no nos ocurra como a los habitantes de Macondo, que para poder vivir tuvieron que inventar su pasado y por lo tanto olvidar quiénes eran. No olvidemos que nosotros somos memoria.

Fray Álvaro Cepeda van Houten, OFM
Santiago de Cali, 29 de mayo de 2014


[1].     Todorov, Tzvetan. Los dilemas de la memoria. Varias ediciones.
[2].     Ricoeur, Paul (2004). La memoria, la historia, el olvido. Madrid: Trotta.
[3].     Vattimo, Gianni (1989). “El olvido imposible”. En: Los usos del olvido. Buenos Aires: Nueva Visión. pp. 79-90.
[4].     Documento del riguroso trabajo de campo del equipo de investigación del proyecto Memorias, identidades y poblamiento en el Distrito de Aguablanca. Desplazados y territorialidad en Cali, Colombia, ejecutado por la Universidad de San Buenaventura Cali, en convenio con la Federación Internacional de Universidades Católicas y su Centro de Investigación (cci-fiuc).

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