El hoy y el mañana: un futuro con esperanza


Mis queridos egresados…

Como es habitual en esta ceremonia tan especial para todos nosotros, quiero compartir con ustedes algunas reflexiones que nacen de los hechos más significativos ocurridos en este período. Para ello, empezaré recordándoles la obligación que tenemos como ciudadanos y como profesionales de conocer y comprender los problemas más acuciantes y complejos de nuestra sociedad contemporánea y asumir una actitud proactiva frente a estos, ya que amenazan con transformar profundamente nuestra forma de relacionarnos y, lo más peligroso aún, con destruir nuestro medioambiente.

Hoy, las cifras que intentan medir los avances científicos, tecnológicos y de desarrollo humano, infortunadamente, nos dan la razón.

Según datos de la FAO, en el mundo hay 1.020 millones de personas en peligro de morir por hambre; otras 1.400 millones no tienen acceso a fuentes de agua y 2.600 millones más toman agua insalubre. Acabar con el hambre y la pobreza de millones de desarraigados y excluidos del mundo debería ser un imperativo categórico; especialmente hoy, cuando sabemos que con la capacidad de producción de alimentos se podría alimentar dos veces a toda la población mundial.

Para Oxfam Intermón –ONG que se especializa en investigar y dar respuesta a los problemas de pobreza e inequidad los 85 hombres más ricos del planeta acumulan todo el capital que representan las pocas pertenencias de 3.570 millones de pobres en el mundo… casi la mitad de la población global. A esta inequidad hay que sumarle los problemas del medioambiente, que amenazan con ampliar la brecha y, como consecuencia del calentamiento global, aumentar en unos cuantos millones más el número de pobres que no tendrían acceso a los alimentos y al agua.

En este panorama, no podemos dejar de considerar la incapacidad de los gobiernos elegidos democráticamente para regular la avaricia de los sectores más poderosos de la economía mundial y la depredadora producción tecnológica, lo cual evidencia la existencia de corporaciones transnacionales que están por encima de ellos. Hoy, por acuerdos y regulaciones del comercio y la banca mundial, los estados nacionales se encuentran a merced de los poderosos del mundo, quienes a pesar de no ser elegidos democráticamente inciden en la autonomía de las naciones.

Otros acontecimientos que enmarcan el pesimista mundo de hoy, son:

       La no ratificación del Protocolo de Kioto, realizado hace dos años en Doha, Catar, por parte de Japón, Rusia, Canadá y Estados Unidos (que busca la regulación de las emisiones de gas carbónico). Sabemos que no lo apoyan porque sus economías y su producción industrial están soportadas en una tecnología que se mueve por medio de los combustibles fósiles, los mayores productores de CO2.

       Las guerras étnicas y religiosas del Medio Oriente –asociadas al control territorial y a la expansión de las corrientes más intransigentes de todos los bandos enfrentados– nos recuerdan que no hemos avanzado mucho en el respeto a la diversidad cultural y al pluralismo religioso. Las terribles epidemias del ébola y del sida, que se ensañan con los más pobres; el resurgimiento de enfermedades ya erradicadas por el hombre y la mutación de bacterias que las vuelve inmunes a los antibióticos, debe ponernos sobre aviso de la fragilidad de la vida y nuestro compromiso y deber de cuidarla.

       Los millones de desplazados que traspasan fronteras en búsqueda de un refugio o de una opción laboral y que mueren en su intento, como ocurre con los africanos en el Mediterráneo o con los niños y mujeres centroamericanos en México, que además son objeto de vejámenes, nos demuestran que la mentada globalización y caída de las fronteras nacionales solo funciona para los capitales trasnacionales (hoy conocidos como “golondrina” o “buitres”), las mercancías y obviamente para los dueños del capital.

   Las crisis económicas de países como España, Argentina o Venezuela, por solo mencionar unos ejemplos cercanos, aumentan las riquezas de algunos en otros territorios y latitudes a costa de los recursos nacionales. Desde la crisis económica mundial del 2009, el 95 % de las ganancias en Estados Unidos se ha concentrado en el 1 % de la población, según los mismos estudios de Oxfam Intermón.

En fin, las hambrunas, las enfermedades y la inequidad social y económica deberían ponernos a reflexionar sobre el futuro de la humanidad y buscar salidas equilibradas para lograr vivir en un mundo en paz.

En este sombrío pero realista escenario mundial, Colombia también es víctima de los mismos males. Desde que se mide la concentración de la riqueza, nuestro país ha ocupado uno de los primeros lugares. El desplazamiento, como consecuencia de nuestra endémica violencia, también nos pone en no honrosos primeros puestos. Con respecto al medioambiente, la constante contaminación de nuestros paradisiacos ríos y la desertización y deforestación de hermosos parajes, dan cuenta del mal trato que les prodigamos. Eso, sin contar con la corrupción, el clientelismo y el robo descarado del presupuesto nacional y las pingües ganancias de los sectores bancario y bursátil, que los ubican entre los más rentables del mundo.

¡Bueno! A pesar de este crudo y desolador paisaje, creo que hay esperanza… creo en un mañana más equilibrado… más humano.

Martha Nussbaum, premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, nos recuerda que para construir una sociedad donde el desarrollo humano esté centrado en el respeto al pluralismo cultural, religioso y étnico, se requiere perfeccionar aún más los indicadores que miden la concentración de la riqueza y comprender que esta no se puede valorar solo en términos de ganancia. Insistía en la apremiante necesidad de defender las libertades y la autodeterminación de los pueblos y crear un sistema económico equitativo que dignifique la condición humana y permita que la sociedad en su conjunto construya nuevos referentes culturales inclusivos. Propuesta que considero –como cristiano y franciscano– debe estar centrada en el amor que Jesucristo nos dio para poder vivir solidaria y dignamente.

En otra ocasión, y en este mismo escenario, leíamos con más detenimiento la propuesta de Nussbaum. Hoy sólo quiero hacer alusión brevemente a otro elemento que ella reivindica: la necesidad de que la educación vuelva por los fueros de lo mejor de la tradición humanista.

En este sentido, mi invitación está dirigida a que como egresados bonaventurianos no olviden la importancia de asumir una actitud comprometida con los espacios laborales en los que ejercerán sus profesiones; sin embargo este compromiso no puede estar por encima de los principios morales en los cuales fueron educados en sus casas y que en nuestra Universidad fortalecimos y llenamos de contenido humanista.  

Recordemos una vez más los fundamentos de la ética humanista de Nussbaum, como una posible respuesta al hoy y una esperanza para el mañana:

        Reflexionar en torno a los problemas políticos de nuestra nación.

       Reconocer a los otros como iguales, a pesar de sus diferencias sociales, económicas, culturales, étnicas, religiosas y respetar las concepciones políticas, sin manipulaciones ni maquinaciones.

   Entender las consecuencias de las decisiones personales a la hora de proponer condiciones que pueden afectar la dignidad de otros.

       Tener presente que no estamos solos en el mundo; que nuestros vecinos, compañeros de trabajo, paisanos, habitantes de otros países, también tienen los mismos derechos para vivir dignamente en el mundo, como nosotros lo deseamos.[1]

Para finalizar, al leer una entrevista a Noam Chomsky, a propósito de la guerra y la paz en Colombia, me enteré que había estado en el país varias veces y que en el año 2012 fue objeto de una ceremonia en las montañas del Cauca por parte de los indígenas Nasa, con el fin de hacerle un homenaje a la memoria de su esposa que por aquellos días había muerto.

De esta entrevista me llamó particularmente la atención su convicción de que la paz en Colombia es posible y que América Latina está en un proceso de liberación y despertar social que de alguna forma se opone a la forma tan irracional como estamos destruyendo el mundo. En este escenario, los jóvenes, particularmente los estudiantes, juegan un papel protagónico:

Históricamente los estudiantes alrededor del mundo han estado a la vanguardia de las luchas sociales que han conducido a sociedades un poco más civilizadas. Existe una razón. Ellos están en el momento de la vida de máxima libertad. Ya no están bajo el control familiar y todavía no están bajo el dominio del sistema económico que nos fuerza a convertirnos en sus esclavos. Así que tienen libertad para pensar, para averiguar quiénes son, para hacer cosas.

Mi llamado es que ese espíritu juvenil que sueña con un mundo posible no se pierda en el mar del trabajo y del consumo y que tampoco se deje abrumar por ese escenario global que pinté tan desesperanzador. Como franciscano y creyente, considero que hay esperanza y que es posible encontrar una salida. Siempre y cuando exista por parte del ser humano la intención de pensar que es factible construir un mundo donde todos tenemos cabida y somos iguales ante Dios y los hombres.

Fray Álvaro Cepeda van Houten, OFM
Rector
Universidad de San Buenaventura Cali
26 de agosto de 2013


[1].  NUSSBAUM, Martha (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Buenos Aires: Katz. p. 48.