Ética, justicia y sociedad



Desde hace varios  años, en el contexto de esta ceremonia que representa un paso de profundas implicaciones personales y profesionales para todos ustedes, he venido abordando el problema de la ética en el mundo contemporáneo. Es indudable que saber vivir en estos tiempos de incertidumbre y pérdida de referentes éticos se convierte en un imperativo deontológico de primer orden. En efecto, como franciscano y como miembro de una comunidad académica he considerado oportuno insistir en esta problemática, dado que nuestros egresados, al entrar al mundo del trabajo, posiblemente tendrán la disyuntiva de actuar éticamente o dejarse llevar por la corriente del camino fácil que niega nuestra formación humanista y cristiana. Además, es claro que nuestros egresados –en su condición de ciudadanos y ante una sociedad globalizada que demanda cada día un compromiso con el mundo de la productividad, la eficiencia y el consumo– llevan sobre sus hombros la responsabilidad de lograr un bienestar de la comunidad, a pesar del individualismo y de la competencia extremos.

De hecho, como lo afirma el antropólogo argentino Néstor García Canclini, actualmente nos encontramos frente al dilema de ser ciudadanos del mundo o convertirnos tan solo en consumidores globalizados, sin ningún referente crítico o moral que nos permita vivir de forma equilibrada en comunidad.

En el 2011, en este mismo espacio, leí las palabras reveladoras de la filósofa norteamericana Martha Nussbaum y su crítica a una educación centrada en la productividad más que en la formación humanística. Insistía, con Nussbaum, acerca de la importancia de ser un profesional idóneo y respetuoso del otro, enfocado más en llevar una vida digna y feliz compartida con los demás de manera grata y solidaria, que buscar a toda medida el lucro personal. De esta manera, invitaba con Nussbaum a que nuestros egresados tuviesen “[…] la aptitud de reconocer a los otros ciudadanos como personas con los mismos derechos que uno, aunque sean de distinta raza, religión, género u orientación sexual y de contemplarlos con respeto, como fines en sí mismos y no como medios para obtener beneficios propios mediante su manipulación”.[1]

La pregunta
A raíz de esa lectura, algunos egresados de aquella promoción y varios de los directivos aquí presentes, me interrogaron acerca de cuál debería ser, entonces, la función que podrían ejercer en un mundo en el que el afán de lucro y el consumo priman sobre la búsqueda de la felicidad y el buen vivir con los otros. Desde entonces, cada cierto tiempo he reflexionado en este entorno privilegiado sobre la respuesta más adecuada y justa a tales interrogantes.

Como teólogo franciscano, le expliqué a la comunidad académica que esta pregunta debía responderse tras un estudio aplicado y concienzudo de la ética, pues es esta una disciplina relacionada con la decisión de la persona para asumir la vida de manera ecuánime y responsable, según sus costumbres y tradiciones morales.

En este sentido, vale la pena tener presente el significado de ética. Su origen etimológico se remonta al término griego êthikos, que hace referencia a las costumbres y la moral de los pueblos, significado que a su vez se conoce por medio del ethos, vocablo latino que se utiliza para referirse a las costumbres de una cultura en particular. En la traducción latina se relaciona con la palabra mos, cuyo significado nos habla de la moral. Como podemos observar, etimológicamente la ética está relacionada con el estudio filosófico de las costumbres o valores morales de un pueblo.
Las respuestas
Después de presentar el concepto de ética, adquirí el hábito de citar en el marco de esta ceremonia a los teóricos que considero nos pueden dar más luces para responder la pregunta sobre qué camino seguir ante el interrogante planteado por Nussbaum: ¿se puede vivir sin afán de lucro?

Inicié con el teólogo suizo Hans Küng, quien nos propone, por medio de su idea de una ética global, encontrar unos mínimos valores humanos de criterios y actitudes que nos permitan concretar unos consensos básicos sobre valores vinculantes que respeten las diferencias y superen las tradicionales posturas hegemónicas que niegan el pluralismo e impiden el diálogo.

Por cierto, desconocer al otro en su condición de ser humano, no asumirlo en igualdad, concebirlo como una cosa y no como un prójimo, es negar la posibilidad de crecer colectivamente como comunidad cristiana en diálogo con la ciencia y las diferentes culturas. Premisa que siempre ha estado presente en el pensamiento y conducta de la comunidad franciscana y palmariamente expuesta en el Proyecto Educativo Bonaventuriano (PEB) de nuestra Universidad, documento que invito –una vez más– ¡sea leído de esa manera!

De vuelta a Hans Küng, este reconoce dos posturas filosóficas contrarias en relación con la búsqueda de consensos vinculantes universales respetuosos de la diferencia: los posmodernos relativistas y los defensores a ultranza de los intereses regionales y las culturas locales y nacionales. Küng considera posible establecer estándares éticos universales, ya que todas las culturas son dinamizadas por personas que se comunican globalmente. Postula la subsistencia de un deber ético primigenio que está por encima de las leyes de los Estados y de los mismos derechos humanos, pues “[…] existe la autonomía moral y la responsabilidad consciente de la persona, a la que no solo se hallan ligados derechos, sino también deberes fundamentales”.[2] Quid leges sine moribus: “de qué sirven las leyes sino hay un sentido moral”, posición compartida por Amartya Sen (filósofo y economista bengalí de quien me ocuparé más adelante) y su apoyo a una ética de la economía centrada en el “buen vivir”.

En suma, Küng nos invita a la construcción de una ética universal que reconozca la diversidad de culturas, ya que en todas hay un llamado – consciente o inconsciente - por el respeto a la condición humana, principio primigenio de todas las civilizaciones. Se da entre los musulmanes, los judíos, los budistas, los taoístas y los cristianos, por solo mencionar una de las categorías con las cuales se puede diferenciar a la humanidad, a saber: la religión. El teólogo suizo afirma que las leyes y las normas éticas no se imponen; antes bien, subyace a toda comunidad humana cierto consenso en el cual todos estamos de acuerdo a pesar de las guerra y demás manifestaciones violentas: el respeto por la vida de los otros, por su condición humana, por su individualidad.

En mi transitar reflexivo sobre una ética global, el siguiente autor fue el filósofo argentino Enrique Dussel. La razón para abordar a este gran pensador latinoamericano no fue arbitraria, pues sus planteamientos sobre la ética se encuentran en sintonía con Küng. Dussel parte de la tesis de que todas las personas poseemos unos principios éticos primigenios que nos permiten salvaguardar la vida y vivir en comunidad; es decir, apunta a la idea ética de que el buen vivir está inscrito en nuestro ADN, por decirlo de alguna manera. El asunto consiste en encontrar su cadena y adaptarla de manera racional (o irracional, si es el caso) a nuestros objetivos.

Para defender este argumento, Dussel apela al estudio de la historia de la humanidad y a los filósofos que la han escrito, para concluir con ellos que todas las personas poseen de por sí la tendencia a ejecutar acciones éticas que vayan en defensa de la vida, no de otro modo se explica cómo la humanidad ha logrado sobrevivir a las catástrofes y crisis que la han afectado a lo largo de su historia. El sentido primigenio de la vida –afirma Dussel– se ancla en el respeto por el otro; aunque en algunas culturas y épocas este otro estuviera referido solamente a los dominadores. De igual modo, destaca que en el proceso de elaboración de una ética humanista el hombre debe liberarse por sí mismo mediante el uso de la razón y el pensamiento crítico.

Para Dussel, las investigaciones neurobiológicas demostrarían que los principios éticos son una adaptación evolutiva que permite la sobrevivencia de la especie humana. En su crítica al capitalismo deshumanizador, considera –al igual que Amartya Sen– que el utilitarismo no puede ser visto como fundamento de las relaciones humanas: “[…] el utilitarismo se mueve en un círculo abstracto de la razón instrumental, donde la felicidad y los medios para alcanzarla son calculados formalmente, pero siempre dentro del mercado capitalista como horizonte. No se descubre todavía un principio material universal de la ética, sino la mera felicidad subjetiva (aunque material) del consumidor”.[3]

El último autor que analicé en este arduo pero positivo peregrinaje, fue el sociólogo judío de origen polaco, Zymunt Bauman, quien demuestra en casi todas sus obras cómo todo lo que hasta hace unos años se consideraba sólido se está volviendo líquido. Me explico: todas las relaciones humanas se están disolviendo en un espacio social relativizado donde impera el todo vale y el lucro incesante.

El hombre, la familia, el Estado, la razón pública, el tiempo y el amor se degradan en una especie de líquido en el que la ética basada en la razón se descompone antes de poder asirla e interiorizarla. En palabras de Bauman: “Resulta improbable que las formas, presentes o solo esbozadas, cuenten con el tiempo suficiente para solidificarse y, dada su breve esperanza de vida, no pueden servir como marcos de referencia a largo plazo […]”.[4] Para nuestro caso, y desde un punto de vista occidental y por tanto etnocéntrico, la ética basada en la razón también se disuelve.

Bauman señala que con la modernidad se establece una ética secular basada en la razón y en la justicia. Hoy, todo eso está cambiando hacia una relativización de los derechos, los metarrelatos, la deontología y la ética. Con la posmodernidad, los principios éticos se asumen como imposiciones y son mostrados como ilusiones creadas, de acuerdo con un supuesto contrato social por medio del cual los hombres ceden su soberanía (Hobbes; Rousseau).

Ante la relativización de los principios modernos, Bauman considera oportuno cuestionarse sobre su pertinencia y sugiere utilizar el enfoque posmoderno de la ética –es decir, reconocer el pluralismo de las normas morales– para refutar un etnocentrismo que privilegia una lectura unilateral de la historia. Aún más, con la modernidad surge un individuo racional, secular y autónomo con otras posibilidades de elección; es decir, la condición posmoderna es una oportunidad para impugnar la forma arbitraria como se impusieron unos principios que los filósofos ilustrados nos vendieron como verdades universales y por lo tanto incuestionables.

El contexto
Las anteriores reseñas expuestas en este mismo escenario, las complementé mediante la descripción y el análisis de los principales problemas económicos y políticos que afectan la calidad de vida y demostrarían la actual pérdida de valores, evidenciada, entre muchos otros en el irrespeto a la vida, la violación permanente de los derechos humanos (que en Colombia y particularmente en Cali adquiere visos terriblemente crueles),  la corrupción y el clientelismo que campea por todas nuestras instituciones, la injusticia social que cada día hace a los pobres más pobres y los multiplica, las terribles condiciones y estigmatizaciones de que son víctimas los inmigrantes, los problemas ambientales producidos por el afán de lucro y la ausencia de un consumo responsable. Sin embargo, no todo es negativo; cabe destacar los movimientos sociales francamente esperanzadores liderados por jóvenes del mundo (un ejemplo reciente son las movilizaciones estudiantiles en Venezuela, que reclaman libertad de expresión y mejores políticas económicas para  su país).

El cierre
Ahora bien, para dar cierre a la pregunta que suscitó las reflexiones en torno al estudio sobre la ética y de acuerdo con las propuestas de los autores reseñados, quisiera referirme hoy con más profundidad a los planteamientos de Amartya Sen.

Este premio nobel de economía (1988) e ilustre catedrático en su país, así como en Inglaterra y estados Unidos, es autor de múltiples publicaciones entre las que se encuentran Sobre ética y economía (1989), Libertad y desarrollo (1999) y La idea de la justicia (2009), las cuales serán el centro de mi última reflexión. El hilo conductor de estos escritos lo constituye la propuesta de una economía que privilegie el bienestar colectivo y el buen vivir por encima de la ganancia y la concentración de capitales. En efecto, frente a los grandes avances de la economía se interroga por qué esta ha dejado de lado la motivación por la vida y la felicidad y en este sentido su respuesta es abiertamente desconcertante:

Uno de los motivos por lo que esto es extraordinario es porque se supone que la economía se interesa por las personas reales. Es difícil pensar que a estas personas no les falta en absoluto el alcance del examen de conciencia provocado por la pregunta socrática “¿Cómo hay que vivir?”.[5]

Sen –al leer a Aristóteles, Adam Smith y Karl Marx– encuentra en estos estudiosos de la economía profundas cavilaciones morales acerca de la situación de las personas. Metodología epistemológica que infortunadamente salió por la puerta de atrás de las escuelas y facultades de economía. Ciertamente, Amartya Sen no considera que sea posible separar la economía de la moral:

No hay ninguna justificación para disociar el estudio de la economía del de la ética y del de la filosofía. En concreto, merece la pena señalar aquí que en este enfoque existen dos cuestiones básicas que son absolutamente fundamentales para la economía. En primer lugar, nos encontramos con el problema de la motivación humana relacionada con la pregunta ética: ¿cómo hay que vivir? Descartar esta relación no es lo mismo que afirmar que las personas actuarán siempre de una manera que puedan defender moralmente, sino sólo conocer que las reflexiones éticas pueden tener algunas consecuencias en el comportamiento humano real […].

La segunda cuestión se refiere a la evaluación del logro social. Aristóteles relacionaba esto con el fin de conseguir lo bueno para el hombre pero apuntaba algunas características especialmente colectivas: si bien merece la pena alcanzar este fin únicamente para un hombre, es mejor y más divino alcanzarlo para una nación o para las ciudades-Estado […].

Esta visión del logro social relacionada con la ética no puede detener la evaluación en algún punto arbitrario como la satisfacción de la eficiencia. La visión tiene que ser mucho más amplia de lo bueno, de nuevo, este es un punto que tiene importancia en el contexto de la economía moderna […].[6]

En sus diferentes escritos, Sen denuncia cómo la economía moderna ha dejado de lado el estudio de la ética y ello ha devenido en un capitalismo salvaje y deshumanizado, denunciado en su momento por Pablo VI y más recientemente, y con mayor claridad, por el papa Francisco. Según Sen: “Si se examina en qué hacen hincapié las publicaciones sobre economía moderna, es difícil no darse cuenta del abandono del análisis normativo profundo y de la ignorancia de la influencia de las consideraciones éticas en la caracterización del comportamiento humano real”.[7]

Frente a esta deficiencia, Sen en Libertad y desarrollo reivindica la tesis de que es posible alcanzar el desarrollo económico a la par de una expansión de las libertades reales. A partir de esta afirmación, se opone a las definiciones de desarrollo que lo reducen al crecimiento económico del PIB, a la expansión de los mercados y la industria (sin importar los costos humanos y ambientales), al aumento de la renta y la liberalización de la economía, a las innovaciones tecnológicas y al incremento del margen de ganancia propio del mercado bursátil; en fin, a que prime la ganancia por encima del bienestar de las personas. Todas estas manifestaciones económicas deben ser consideradas como un medio y no como un fin. “Si lo que promueve el desarrollo es la libertad –insiste Sen– hay poderosos argumentos para concentrar los esfuerzos en ese objetivo general y no en algunos medios o en una lista de instrumentos especialmente elegida”.[8]

Para Sen, la falta de oportunidades para acceder al mercado laboral o a los mercados es una manera de mantener a las personas en la esclavitud. Por cierto, actualmente nuestros jóvenes de Aguablanca o los campesinos desplazados de Colombia quisieran entrar al desarrollo, pero las actuales políticas económicas se lo dificultan. Sen nos recuerda que “la falta de libertad económica puede alimentar la falta de libertad social, de la misma forma que la falta de libertad social o política también puede fomentar la falta de libertad económica”.[9]

Para terminar, en el 2009 este filósofo publicó uno de sus más impactantes libros: La idea de la justicia, en el cual por medio de un diálogo recurrente con su maestro y amigo John Rawls, demuestra cómo es posible alcanzar la justicia y superar las viejas ideas etnocéntricas que hacen de ella un sistema cerrado y rígido, construido bajo presupuestos que desconocen el pluralismo y la diversidad. Después de escrutar la carencia de libertad en la economía moderna, Sen cuestiona la idea de equidad que parte de la premisa según la cual es posible la imparcialidad y de que solo hay una ética:

Si las instituciones tienen que ser establecidas con fundamento en un único conjunto de principios de justicia que emana del ejercicio de la equidad, a través de la posición original, entonces la ausencia de una tal emanación afecta la base misma de la teoría. Hay aquí una tensión real en la propia reflexión de Rawls a lo largo de los años. Él no abandona, al menos de manera explícita, su teoría de la justicia como equidad, pero parece aceptar que existen problemas insolubles para la consecución de un acuerdo unánime sobre un conjunto de principios de justicia en la posición original, lo cual no deja de tener efectos devastadores para su teoría de la justicia como equidad.[10]

De esta manera, Amartya Sen se distancia de John Rawls y su propuesta de una trascendencia institucional del derecho basado en una sociedad perfecta y un contrato social previamente establecido. Para Sen, esto es una mera ilusión. Él se identifica más con las comparaciones institucionales del derecho y las relaciones sociales resultantes que lo llevan a preguntarse cómo debería promoverse la justicia en un mundo diverso y si es posible llegar a acuerdos que permitan la coexistencia de posiciones contrarias. Es –sin duda– una idea que lo liga al pluralismo de Hans Küng, Enrique Dussel y Zygmunt Bauman y la crítica al lucro de Martha Nussbaum. Habrá que seguir estudiando estas ideas.

Finalmente, con estas propuestas de Amartya Sen espero continuar reflexionando con ustedes. Mis queridos egresados, sobre nuestro presente. Los invito a que hagan lo propio.


Álvaro Cépeda van Houten, OFM
Santiago de Cali. 21 de febrero de 2014


[1].    Martha Nussbaum (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Madrid: Katz. p. 48.
[2].    Hans Küng. Una ética mundial para la economía y la política. Barcelona, Trotta, 1999. p. 115.
[3].    Enrique Dussel (1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión. Buenos Aires. p. 110.
[4].    Zygmunt Bauman (2008). Tiempos líquidos. Vivir en una época de incertidumbre. México: Tusquets.
[5].    Amartya Sen (1989)
eerentra en estos  y Karl Marx . Sobre ética y economía. Madrid: Alianza Editorial. p. 20.
[6].    Ibíd. p. 21.
[7].    Ibíd. p. 25.
[8].    Amartya Sen (2000). Desarrollo y libertad. Bogotá: Planeta. p. 19.
[9].    Ibíd. p. 25.
[10]. Amartya Sen (2009). La idea de la justicia. Madrid: Taurus. p. 87.

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