Ceremonia de grados solemnes 2010


 
Estimados graduandos, quisiera que me permitieran esta tarde despedirme de ustedes recordándoles una de las razones por la cuales los franciscanos –nacidos en el siglo XIII para anunciar la buena nueva de Cristo a todos los pueblos– decidimos en un momento dado dedicarnos a la educación.

De esa decisión nacieron en Colombia doce colegios y la Universidad de San Buenaventura con una sede y tres seccionales: Bogotá, Cali –que cumple 40 años–, Medellín y Cartagena.

Lo hicimos como respuesta concreta a nuestra preocupación por una formación integral, seria y de calidad, del ser humano, donde se considerara un respeto especial por la naturaleza, una admiración particular por las distintas expresiones culturales, las bellas artes, la música y la lengua, un conocimiento profundo de la leyes y una formación ética que les permita ser autónomos y responsables en las respuestas que deben dar a los desafíos del mundo de hoy.

Cuando leo o escucho en las noticias la cantidad de delitos en los que han incurrido profesionales, políticos y hombres de negocio de nuestro país, cuando escucho que hace carrera el principio de que es posible hacer algo siempre y cuando sea legal, aunque no sea ético, me pregunto, como rector, si nosotros (la Universidad de San Buenaventura Cali), estamos formando profesionales íntegros. Yo creo que sí, estoy seguro de que hicimos la tarea; sin embargo, ya que los tengo aquí reunidos, les quisiera compartir algunos elementos de mi formación personal en este sentido.

Hace rato que es imposible hablar de una única ética o moral. Recuerdo que cuando estudiaba filosofía en la Universidad de San Buenaventura de Bogotá, podíamos –desde un punto de vista puramente especulativo y académico– hacer un cúmulo de propuestas de teorías éticas sobre las que podíamos optar. Nunca las entendimos como modelos excluyentes, de manera que si queríamos podíamos tomar lo mejor de cada una.

Recuerdo que el listado era más o menos así:

-     Moral de situación: cuyo signo distintivo es ser instruida por la experiencia humana.

-     Moral comunitaria: caracterizada por ser construida con base en el diálogo.

-     Moral razonable: definida por orientarse por criterios y normas.

-     Moral personal: la que se distingue por ser responsable desde la conciencia.

-     Moral reconciliadora: la que es capaz de asumir logros y fallos.

-     Moral creyente: que es la moral inspirada en los valores evangélicos.

Hablar de cada una de ellas sería enormemente enriquecedor, pero sería muy largo y este no es el momento adecuado.

De manera que, a modo de abrazo (o regalo de despedida) a todos ustedes que hoy salen de la universidad con la justa felicidad de haber alcanzado una meta importante en la vida, quisiera participarles algunas notas del modelo ético que he acogido para orientarme en mi vida y en el ejercicio de mi profesión como sacerdote, académico y administrador.

Espero que algo de lo que digamos esta tarde pueda ser de mucha importancia en el desempeño de su vida profesional.

Con el transcurso de los años, que no son pocos, decidí abandonar los modelos anteriores, como el debate sobre los mismos, para inscribirme en uno solo: la moral del discernimiento; ya que contenía los elementos necesarios de fe cristiana y de racionalidad que necesitaba para guiarme en todas las decisiones que debía tomar a largo y corto plazo.

Decisiones que necesariamente me afectaban a mí, a la institución a la cual pertenezco y a mi entorno social.

Para hacer las cosas más sencillas, les comento que esta moral del discernimiento, que es de origen enteramente cristiano, tiene seis pasos fáciles de memorizar. Discernir para la Real Academia de la Lengua significa “distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia que hay entre ellas”.

Los pasos son:

1.   Actitudes básicas: el papel de la fe. No es suficiente con tener fe para que estén resueltos los problemas morales. Eso sería pensar que la fe nos da soluciones prefabricadas. Esa sería una concepción mágica de la fe.

Lo que la fe nos da es ayuda, orientación, motivación y fuerzas para que con discernimiento y diálogo, podamos encontrar soluciones, especialmente cuando el problema al cual nos enfrentamos es nuevo.

Pero es el creyente, apoyado en la fe, quien tiene la responsabilidad de captar y cultivar los valores importantes y rechazar los antivalores.

Es el creyente quien tiene la tarea ineludible de emitir el juicio y aplicarlo a situaciones concretas. Esto hace la diferencia entre una moral autónoma y una moral heterónoma.

2.   Informaciones concretas: el papel de la experiencia y la ciencia. Pero no bastan las actitudes básicas ni las motivaciones de la fe y de la palabra de Dios. Al confrontar problemas particulares necesitamos tener información concreta acerca de ellos, contar con los datos que nos puedan ofrecer la experiencia, propia y ajena, y la ciencia. De otra manera sería actuar irresponsablemente o tomar decisiones sin fundamento.

Ojo, que no se trata de absolutizar la experiencia o la ciencia, pero tampoco de caer en el fideísmo y creer que por ser cristianos ya poseemos la verdad y la última palabra sobre todo.

Se trata de discernir y pensar por nosotros mismos teniendo en cuenta los elementos que nos pueda brindar la experiencia y la ciencia.

3.   Reflexión honesta: el papel del pensamiento. A la iluminación de la fe y a los datos ofrecidos por la experiencia y la ciencia, debemos añadirle ahora un tercer paso, el pensar honesto.

Tenemos que aprender a preguntarnos y repreguntarnos, a analizar a profundidad los datos disponibles y agotarlos, si es posible; a interpretar, sintetizar provisionalmente, por si aparecen nuevos datos, para luego, y sólo entonces, buscar de manera crítica y creativa la respuesta al problema.

Esta es una reflexión honesta porque no cesa de cuestionar y cuestionarse, que tiene el valor de aceptar que muchas de sus posturas y decisiones son provisionales, porque más adelante pueden aparecer nuevos datos y nuevas perspectivas.

Este es uno de los aspectos que hace que la moral de discernimiento no sea una moral de fórmulas o de respuestas prefabricadas. Quién hace de la moral de discernimiento su camino de vida, tiene que desarrollar una enorme capacidad de síntesis y de relación.

4.   Ayuda diagonal: el papel de la familia, la comunidad creyente y la sociedad. Este cuarto punto está aquí para recordarnos que no estamos solos. Necesitamos en nuestra vida diaria de otras personas: de la familia, de la comunidad de fe o iglesia, de los investigadores y científicos y, dentro de la sociedad, de nuestra cultura.

Todo esto nos ayuda a discernir mejor. Todo lo dicho hasta ahora no hay que entenderlo individualmente. En cada uno de los tres pasos anteriores, como es evidente, interviene nuestro entorno social, cultural y cristiano.

Nosotros no solo estamos llamados a discernir libre y conscientemente frente a los problemas que nos retan, sino que también estamos llamados a acompañar el discernimiento de otros, como por ejemplo, el caso de los hijos, de los empleados, de los amigos.

5.     Decisión responsable: el papel de la conciencia. Por muy importante que sean los pasos anteriores, nada ni nadie nos ahorrará el último y definitivo paso: decidir responsablemente por nosotros mismos y de acuerdo con nuestra conciencia.

Aclaro que entiendo conciencia –inspirado en la Carta de San Pablo a los Romanos 2, 14-15– como la presencia y actividad del Espíritu de Cristo en nosotros para iluminar nuestro discernimiento. Es indudable que cuando se entiende así la conciencia, está muy vinculada a la fe. Sin embargo, abriendo mi comprensión a los aportes de la antropología contemporánea, también entiendo la conciencia como el centro de nuestra interioridad y subjetividad que están detrás de nuestros juicios y decisiones.

Una decisión responsable, entonces, ha tenido en cuenta necesariamente estos cinco pasos; aunque más adelante, revisando la decisión descubramos que fue equivocada; pero eso no quiere decir que fuera irresponsable. Es lo que se llama una decisión moralmente correcta, aunque equivocada.

Y tenemos que aprender a aceptar y reconocer las equivocaciones, de otra manera caeríamos en el peligro de una moral escrupulosa que terminaría por paralizar nuestras decisiones.
Formulando en pocas líneas lo dicho hasta ahora tendríamos que decir: “Hasta cierto punto sé y hasta cierto punto no sé; pero, desde unas actitudes básicas, con los debidos datos y la ayuda de los demás, doy el paso de pensar y decidir por mí mismo, asumiendo una dosis de provisionalidad y quedando abierto a la revisión en el futuro”.

Sin embargo nada de esto está exento de riesgos y extremismos. Podríamos describir entonces tres maneras desacertadas de tomar una decisión moral:

a.     Cuando descuidamos los principios que iluminan la situación y caemos en el situacionismo;

b.     Cuando descuidamos lo problemático de la situación y caemos en el legalismo de las normas o en el tradicionalismo de la mera repetición de lo que siempre se ha dicho y hecho;

c.     Cuando descuidamos la conciencia de las personas y cedemos al autoritarismo.

6.   Redescubrir la sabiduría práctica. A lo largo de la historia de la moral encontramos en diversas épocas dos extremos típicos: los demasiado rígidos y los demasiado laxos. Esto obligó a los filósofos y teólogos, a partir del siglo XVIII, a buscar el camino del medio, eso que P. Ricoeur llamó posteriormente la “sabiduría práctica”, que nos permite mediar entre la norma y la realidad, de modo particular ante los complejos retos que nos plantea la sociedad contemporánea. A esa actitud ética mediadora los antiguos la llamaron la prudencia o sabiduría práctica.

Espero de corazón que hayamos cumplido con nuestro cometido formador, que ustedes sepan enfrentar con altura bonaventuriana el mundo laboral que los espera a partir de esta tarde y que estos mismos principios éticos los acompañen en su vida familiar y social.

Dios los siga bendiciendo, muchos éxitos en sus vidas y la frente siempre en alto porque somos bonaventurianos: hombres y mujeres de Dios para la sociedad de hoy.

Gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario