Formación integral, calidad y rigurosidad



El ser humano, como ser inacabado, está en la necesidad de continuar formándose, tanto a nivel personal como profesional, en lo público como en lo privado; es decir, está obligado a buscar permanentemente el camino hacia su formación integral. Los horizontes que en este proceso la humanidad le ha trazado son infinitos. No obstante, está claro que para poder enfrentarse a una sociedad cada vez más compleja, excluyente y competitiva es necesario desarrollar habilidades específicas del campo cultural (social o profesional) en el cual se pretende vivir, crecer, construir y convivir armónicamente. Estas habilidades sólo se pueden adquirir y desarrollar por medio de un compromiso ético, centrado en unos valores emanados de la rigurosidad, el pensamiento crítico y los principios cristianos y franciscanos.

En este proceso de formación se busca el desarrollo integral de la persona, el cual abarca todas las dimensiones del ser. Es decir, una formación integral tendrá en cuenta las dimensiones ética, espiritual, cognitiva, afectiva, comunicativa, estética, corporal, y socio-política. Una propuesta que cada día adquiere más consenso en los diferentes escenarios educativos, que todavía ven en la educación la mejor herramienta para lograr crear una sociedad incluyente y justa.

Ahora bien, para Hans-Georg Gadamer, la formación es un proceso mediante el cual el hombre logra apropiarse de los avances culturales, los cuales son leídos por medio de la asimilación de representaciones significantes que se han estructurado históricamente y que son transmitidas por medio de la educación. Dicha formación es lo más típicamente humano, en palabras de Gadamer. En efecto, es lo que nos diferencia de los demás seres de la naturaleza.[1] En este sentido, Hannah Arendt va más allá y argumenta que el hombre nunca termina de constituirse, pues es en este proceso de formación donde sus acciones se transforman en nuevos condicionamientos: ante un logro surge un nuevo reto. Esta condición humana es la que le posibilita al hombre, finalmente, ser libre, en palabras de Arendt.

Una libertad que le permite continuar con su formación o, por el contrario, ponerle un techo. La finitud de los cielos va en contra de la libertad del hombre... Siguiendo con Hannah Arendt y su invitación a ejercer una libertad creadora, la filósofa nos recuerda que esta solo es posible por medio de la acción y de la comunicación. Es decir, las acciones que afectan al mundo de la vida son sólo percibidas cuando han sido transmitidas discursivamente. Las palabras trasmiten significados que los otros escuchan y en este proceso es cuando el sujeto se humaniza. Ciertamente, la acción le da identidad a los seres humanos y nos muestra la diversidad de ellos. La acción nos permite vivir y en este proceso se crea un diálogo con el otro. Un diálogo que es a la vez político. Según Hannah Arendt: “La esfera política surge de actuar juntos, de compartir palabras y actos. Así la acción no sólo tiene la más íntima reacción con la parte pública del mundo común a todos nosotros, sino que es la única actividad que la constituye”.[2]

Para volver al origen de estas palabras, el ser humano es creador de su historia por medio de su acción política. De ahí el compromiso que tiene consigo mismo y con la sociedad para formarse integralmente. En este sentido, la Universidad de San Buenaventura dirige sus esfuerzos intelectuales para lograr aportar a la construcción de un ser integral, como nos lo recuerda el Proyecto Educativo Bonaventuriano:

La Universidad de San Buenaventura, al asumir al ser humano y su realidad, trabaja en procesos de formación que fortalecen las capacidades de las personas para lograr su desempeño con visión holística y sinérgica, que permite comprender la complejidad humana desde las diferentes formas de expresión y desde el campo profesional o disciplinario. En sus procesos facilita y favorece la formación para el desarrollo de las capacidades cognitivas, estéticas y espirituales; potencia las acciones de pensar, de analizar, de aprender, de decidir, de actuar y de sentir (PEB, p. 31).

La capacidad del hombre de formarse creativa y permanentemente, en diálogo con el otro, me invita a hacer unas breves referencias a Guillermo de Ockham, filósofo inglés y una de las luminarias más destacadas del pensamiento franciscano y quien desde comienzos del siglo XIV contribuía a sentar las bases de las ideas modernas. Ciertamente, él veía en el ejercicio de la libertad la realización de un individuo autónomo y creativo, como nos lo recordó siglos después Hannah Arendt. Pero para poder comprender en toda su dimensión a este pionero de las ciencias modernas y su invitación al rigor científico y creativo, considero necesario hacer unas breves precisiones sobre su pensamiento.

En primer lugar, con Ockham se comienza a superar la idea de que la inteligibilidad está en el mundo de las ideas (como lo había propuesto Platón), pues considera que estas son tan sólo la representación de la realidad. Es la voluntad del sujeto y la acción lo que llena de sentido a las palabras. La superación de las ideas como entes universales por parte de Guillermo de Ockham y, por ende, la fuerza que le da a las cosas en sí (expresiones reales que no se pueden capturar en los conceptos, tan solo ser representadas), puede considerarse como una idea pionera en la constitución de la modernidad y su compromiso con el uso de la razón práctica.[3]

En segundo lugar, para Ockham la inteligibilidad se logra por medio de la comprensión e interpretación de los signos y significados. No existen conceptos que abarquen la realidad, solo palabras con significados que nos permiten aprehender las características de lo singular. Insiste en que las nominaciones solo son vocablos. Los signos significan sustancias…“El universal no está en modo alguno en las cosas, por relación a las cuales no dice jamás identidad sino mera designación, los significa”.[4]

En tercer lugar, la importancia que Ockham le da a los cosas en sí y a los fenómenos naturales estimula la metodología experimental en detrimento de la especulación; con este argumento Ockham contribuye al origen de la nueva ciencia, esta vez centrada en la experiencia y en la observación y no en la mera especulación. Todo lo que no se debe a la experiencia es mera especulación y se puede eliminar, en palabras de Ockham (El principio de la navaja). Por último, este sabio franciscano ve en la voluntad del hombre la capacidad que se requiere para comprender los designios de la naturaleza.

Hoy, más que nunca, este ejemplo es válido en su método y su propuesta de hacer de la ciencia un principio que permita comprender los fenómenos sociales y físicos, de forma clara, precisa y sencilla.

La defensa de la experimentación científica y rigurosa de Ockham; la acción, vista como un continuo proceso de diálogo y formación frente al otro, de Arendt; y la apropiación cultural de significados como proceso formativo, según Gadamer; constituyen las bases para abordar la última propuesta que quiero compartir con ustedes: el problema de la calidad en la educación contemporánea y su disyuntiva de formar para el mundo de la vida o del trabajo.

Ahora bien, al abordar el problema de la calidad de la educación se evidencia que este concepto está en un continuo proceso de cambio; posiblemente como respuesta a las múltiples representaciones y críticas de que ha sido objeto en el campo de la política educativa. A pesar de ello, en la mayoría de los escenarios académicos se parte del supuesto de que la calidad educativa hace referencia al conjunto de propiedades cualitativas y cuantitativas que al ser analizadas permiten valorar algún grado de excelencia en el servicio que se presta, en este caso referido a la educación.

Pero ante dicha definición, valdría la pena preguntarnos cuáles son los criterios, quiénes los elaboran y qué herramientas se utilizan para decidir qué sería lo excelente. Las respuestas a estos interrogantes requieren continuar problematizando este concepto. Por cierto, mientras en la academia esta discusión hasta ahora comienza a tomar fuerza, en la práctica, los entes encargados de medirla continúan implementando políticas que supuestamente apuntan a fortalecer la calidad de la educación.

Los teóricos y críticos de esta política ubican a la calidad de la educación como un dispositivo de control que tiene por objeto privilegiar la eficiencia, la productividad y la competitividad, en detrimento de la formación humanística, que no entraría en los cánones de la sociedad del mercado. Según estos autores, es la entrada del mundo de la empresa al mundo de la escuela, donde los estudiantes se convierten en clientes y el cuerpo docente en empresarios. Este excesivo proceso de empresarización de la universidad correría el riesgo de privilegiar indicadores que en apariencia miden la calidad; paradójicamente, en detrimento de la filosofía de las universidades y su interés no sólo de forma para el mundo del trabajo sino para el mundo de la vida.[5]

A pesar de que estas dificultades conceptuales y políticas no favorecen el diálogo académico sobre la calidad de la educación, vale la pena recordar que como bonaventurianos nos hemos comprometido con la formación de unos profesionales identificados con la formación integral de la persona. Por ello, consideramos que cualquier criterio de medición de la calidad tiene que pasar por nuestra misión y por nuestra apuesta por una concepción de la formación integral, que potencie las múltiples posibilidades de la inteligencia humana en su contexto social. Además, orientando su quehacer universitario a través del ejercicio del saber y del cultivo de la ciencia con el objeto de dignificar al hombre y contribuir a la construcción de una sociedad más justa, fraterna, digna, solidaria y en equilibrio con la naturaleza (PEB, p. 14).

Quisiera terminar estas breves palabras invitándolos a no olvidar que la formación integral es un proceso continuo y, además, recordándoles, fraternalmente, que se requiere hoy más que nunca enfrentar de forma crítica y humanista un futuro que por momentos parece incierto.

Álvaro Cepeda van Houten, OFM


[1].     Hans-George Gadamer (1975). Verdad y método. Salamanca: Sígueme. p. 39.
[2].    Hannah Arendt (1958). La condición humana. Madrid: Paidós. p. 217.
[3].    Uña Juárez Agustín (2001). “Guillermo de Ockham rechaza las ideas. El giro filosófico de la modernidad y Platón”. En: Anales del Seminario de Historia de la Filosofía. Departamento de Filosofía. Universidad Complutense. Madrid. p. 15. http://www.ucm.es/BUCM/revistas/fsl/02112337/Digital/Aut_ashf.PDF.
[4].    Ibíd. p. 17.
[5].    Wanda Rodríguez Arocho (2010). “El concepto de calidad educativa: una mirada crítica desde el enfoque histórico-cultural”. En: revista electrónica Actualidades investigativas en educación, Vol. 10 No 1, enero-abril. Universidad de Costa Rica, pp. 1-28.

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