El Bicentenario en la Universidad de San Buenaventura Cali (Grados agosto de 2009)



La celebración de los doscientos años de la independencia de la América hispana es un acontecimiento que merece toda la atención posible por parte de los Gobiernos y las academias, de ahí que para la Universidad San Buenaventura el 2010 será el año del bicentenario. Desde varios años atrás, los Gobiernos latinoamericanos han comenzado a organizar los preparativos para tan magno evento por medio de la creación de una comisión latinoamericana encargada de coordinar y organizar los múltiples eventos conmemorativos y espero que como colombianos y bonaventurianos estemos a la altura de dichas celebraciones. Sea esta, entonces, la ocasión para recordar la importancia que tiene la celebración de ritos evocadores o de acontecimientos trascendentes para nuestra vida personal, comunitaria y patriótica.

Las fiestas patrias descubren el sentido de lo nacional, fortalecen nuestra identidad como individuos sociales y nos sacan de una cotidianidad que por momentos nos hace perder el sentido de la historia; son, ante todo, un lugar de encuentro y consolidación de la memoria. La fiesta evoca los acontecimientos que marcaron el rumbo de nuestra trayectoria individual o colectiva, suscita un momento de regocijo y emoción trascendente, invoca un pasado que recrea nuestro presente y nos proyecta a un futuro deseado. La patria, como lugar de celebración, nos crea un horizonte de sentido y nos ubica en un lugar de existencia. Sin la patria no hay lugar dónde vivir y morir; es el no lugar. Evocar, provocar e invocar, son los ritos de la acción patriótica.

Las celebraciones religiosas y patrióticas son también un momento para reflexionar e interrogarnos críticamente sobre quiénes somos, qué hemos hecho, para dónde vamos y revisar cuáles han sido nuestros errores y aciertos. En un sentido patrio, es indagar acerca de nuestras acciones que como colombianos hemos cumplido para hacer de Colombia una sociedad más democrática y comprometida con el respeto por la vida y el amor fraternal.

Pero las fiestas patrióticas no solo cumplen la función simbólica de recrear el amor por la patria; son asimismo, un motivo para no olvidar nuestra historia. Y es en momentos como los actuales, de vértigo mediático y eterno presente en el que los jóvenes buscan nuevas identidades globalizadas y las ideas de nación y patria están pasadas de moda, cuando se hace perentorio hacer un llamado a la memoria.

Al parecer, la historia ha comenzado un proceso de pérdida trascendente. Hace cien años, con ocasión de la celebración del centenario, en toda América los periódicos de la época reseñaban infinidad de actividades organizadas con bastante antelación que tenían por objeto resaltar los primeros cien años de vida republicana. México, Centroamérica, los países bolivarianos y del cono sur les rendían homenaje a sus héroes. Toussaint Louverture, Simón Bolívar, San Martín y el cura Hidalgo, entre otros muchos próceres, eran recordados con amor patrio por sus conciudadanos. Particularmente, en Colombia se decretó un concurso junto con la inauguración de varios monumentos conmemorativos con el objeto de elaborar un manual de historia para la formación de los estudiantes de primaria y secundaria. Los ganadores fueron Henao y Arrubla, historiadores que resaltaron con espíritu patriótico las proezas de nuestros héroes.

De acuerdo con una tradicional forma de escribir la historia, muy cuestionada por las nuevas escuelas historiográficas, muchos de los colombianos de nuestra generación nos educamos con una idea de la patria centrada en los héroes, adalides que cumplían a cabalidad su papel de crearnos sentimientos de amor por la libertad y la solidaridad.

Hoy en día los héroes son otros. Supermán, Batman, el hombre araña y demás superhombres, son los nuevos modelos, personajes invencibles que ya no luchan por una nación y viven en mundos creados a través de la realidad virtual a donde son teletransportados para luchar por causas que a veces no comprendemos. Los tiempos han cambiado y la historia se ha olvidado. Al presente y para nuestro infortunio, en los manuales de historia hay cada vez menos espacio para la patria y las gestas heroicas. En el ahora, en el instante, en la inmediatez virtual y en la época de las comunicaciones en tiempo real, la historia se bate en retirada.

Pero no hay que ser derrotistas. Que sea esta una ocasión para volver a la historia, pues como es de todos sabido, quien no conoce su historia está condenado a repetirla y a cometer los mismos errores del pasado. O más literariamente, termina creando un pasado fantasioso e irreal como lo hizo Pilar Ternera a propósito de la amnesia de Macondo:

En la entrada del camino de la ciénaga se había puesto un anuncio que decía Macondo y otro más grande que decía Dios existe. En todas las casas se habían escrito claves para memorizar los objetos y los sentimientos. Pero el sistema exigía tanta vigilancia y tanta fortaleza moral, que muchos sucumbieron al hechizo de una realidad imaginaria, inventada por ellos mismos, que les resultaba menos práctica pero más reconfortante. Pilar Ternera fue quien más contribuyó a popularizar esa mistificación, cuando concibió el artificio de leer el pasado en las barajas como antes había leído el futuro. Mediante ese recurso, los insomnes empezaron a vivir en un mundo construido par las alternativas inciertas de los naipes, donde el padre se recordaba apenas como el hombre moreno que había llegado a principios de abril y la madre se recordaba apenas como la mujer trigueña que usaba un anillo de oro en la mano izquierda, y donde una fecha de nacimiento quedaba reducida al último martes en que cantó la alondra en el laurel.[1]

García Márquez, al hacer perder la memoria a Macondo, tenía por objeto recordar a sus lectores la importancia de no olvidar. Quien olvida su pasado no existe y entra en el delirio de la sinrazón.

Las instituciones o cualquier grupo social se mantienen en el tiempo porque conocen su historia individual y colectiva. Al perderse la memoria de los pueblos, estos desaparecen como seres históricos y pierden su lugar en el mundo, como le ocurrió a nuestro Macondo que un día se despertó sin memoria y desapareció en las brumas del no tiempo y del realismo mágico. En palabras del historiador Jacques Le Goff:

A nivel metafórico pero significativo, la amnesia no es solo una perturbación en el individuo, sino que determina perturbaciones más o menos graves de la personalidad y, del mismo modo, la ausencia o la pérdida, voluntaria o involuntaria de memoria colectiva en los pueblos y en las naciones, puede determinar perturbaciones graves de la identidad colectiva.[2]

¿Será que los actuales momentos de incertidumbre y relativismo moral e “identitario” pueden ser explicados por una pérdida de la memoria?

Por cierto, solo es posible recordar por medio de la memoria colectiva, de ahí la importancia de las conmemoraciones patrias. Más aún, solo es con la memoria colectiva que rememoramos nuestra propia historia; o en palabras Nathan Wachtel:

[…] uno solo recuerda como miembro de un grupo social. La singularidad, la irreductible originalidad de los recuerdos personales son, de hecho producidas por el entrecruzamiento de varias series de memorias que corresponden a los diferentes grupos a los cuales pertenecemos.[3]

Por esta razón, las celebraciones patrias son un momento fundamental para reencontrarnos con el otro. Es el escenario adecuado para refortalecer nuestra identidad como colectivo y embarcarnos en la búsqueda de una sociedad solidaria y respetuosa del pluralismo y la autonomía del individuo.

Ahora bien, al saber que la memoria colectiva es la sumatoria de las memorias individuales y que únicamente con su remembranza el hombre toma conciencia de su lugar en el mundo, vale la pena preguntarse qué otras funciones pueden tener el uso de la memoria. Para responder este interrogante, Todorov nos da una pista de gran utilidad al “recordarnos” que la historia se reconstruye cada vez que se cuenta, proceso gracias al cual nos liberamos de una carga que nos oprime y nos aliena. Por ello, la celebración del bicentenario también puede ser comprendida como un escenario propicio para el duelo y la superación de la opresión del tiempo, tanto en lo individual como en lo colectivo.[4]

Las gestas protagonizadas por unos hombres comprometidos con la libertad que no dudaron en ofrendar sus vidas en defensa del suelo que los vio nacer y crecer, son un valioso ejemplo de amor por la patria que en los actuales momentos de incertidumbre moral, de pérdida de credibilidad en los líderes y de relativización de las fronteras nacionales, se hace necesario recordar por medio de conmemoraciones como el bicentenario.

Finalmente, les deseo a los nuevos egresados bonaventurianos de pregrado y postgrado, muchos éxitos en su vida y los convoco para que trabajen de manera honesta y responsable en la construcción de nuestra querida patria colombiana. Ustedes son los nuevos y actuales héroes de la independencia, héroes de carne y hueso que desde su puesto de trabajo siguen apoyando el sueño de independencia.

Piensa que en ti está el futuro y encara la tarea con orgullo y sin miedo.
Aprende de quienes puedan enseñarte.
Las experiencias de quienes nos precedieron, de nuestros "poetas muertos",
te ayudan a caminar por la vida.
La sociedad de hoy somos nosotros. Los "poetas vivos".
No permitas que la vida te pase a ti sin que la vivas…

Walt Whitman. Versión de Leandro Wolfson.




[1].     GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien Años de Soledad, edición conmemorativa, p. 59-60.
[2].     LE GOFF, Jacques. El orden de la memoria. El tiempo como imaginario, Paidós, Barcelona. 1991. p. 133.
[3].     WACHTEL, Nathan (1999). “Memoria e historia”. En: Revista Colombiana de Antropología, Vol. 35, Bogotá: Ican. p. 77.
[4].     TODOROV, Ztevan. El abuso de la memoria. Varias ediciones.

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